Dice Andrés Pérez Baltodano “Luchar por la libertad, la justicia y la igualdad social es, en gran medida, luchar por una definición de estos conceptos”. Me permito a contradecirle, al menos en el contexto de Nicaragua, admitiendo que los otros quizás me interesan algo aunque francamente poco me importan.
Las mayorías en Nicaragua no luchan por la igualdad social, mucho menos por una definición de la misma, sino por cosas y causas mucho más sencillas: tener la tortilla, el arroz y los frijoles con cierta seguridad todos los días, no morir ni quedar menos-valido por enfermedades fácilmente curables o accidentes sencillos, no hacinar con menos que un metro cuadrado por persona en casuchas, donde se filtran alternando la luvia o el polvo por paredes y techos, mandar a sus hijas e hijos -alimentados- a escuelas, donde haya materiales de estudio y más que un maestro para cada 50 alumnos, ganarse la vida trabajando, no prestando ni mendigando ni mucho menos robando, al fin tener una oportunidad de hacer algo para mejorar la vida propia, la de mi familia y la ajena, sin ser descartados de antemano tal como se sienten ahora miles y miles de jóvenes.
En cuanto a la justicia, creo que para muchos ya sería un gran avance si el ladrón de una gallina no terminara en la cárcel mientras quiénes robaron cientos de millones anda de candidatos a elección respectivamente re-elección o si sin sobornar al juez se puede ganar un juicio civil aún cuando al otro lado están banqueros u otra gente de influencia. Al fin en cuanto de libertad -donde hubo sin la menor duda los mayores avances- la gente teme antes de todo que persistan respectivamente vuelvan los tiempos en los cuales para tener un pegue tenés que simular que apoyes éste o aquel poderoso, este o aquel partido, éste o aquel religión, pues a nadie le gusta mentir ni engañar. Aunque muchos dicen que eso sea idiosincrasia natural del Güegüense, yo lo dudo.
No hay mucho que definir entonces cuando se toma nota de la vida real, aunque quizás así en principios filosóficos nos quedamos cortos. Confieso no obstante que al menos yo estuviera más tranquilo, más contento si viera avances a soluciones en esos problemas, cuando he vivido situaciones así difíciles a soportar, a menor grado en mi familia propia y a mayor entre mis cuñadas y cuñados nicaragüenses y sus familias.
No obstante lo limitado de nuestras aspiraciones, la tarea a enfrentar parece gigante. A pesar de todos sus errores y malas interpretaciones, Lenin lo llevó al punto diciendo “Socialismo es el Poder de los Soviet más la Electrificación”, señalando la imperante necesidad de conjugar lo político y lo económico, más en particular la necesidad de crear como una nación las bases materiales para superar la miseria.
En el caso de Nicaragua, no hay forma como salir de ella si -como en los últimos 30 años- lo producido per cápita baja y no aumenta tal que el crecimiento económico se quede por de bajo del de la población. Aunque ciertamente un programa asistencial como “Hambre Cero” ojalá les da a unas tantas cuantas, hasta miles, de familias su litro de leche al día, sus frijoles o maíz, éstas mismas familias no aportan, aun trabajando sol-a-sol, lo suficiente a la economía nacional para ponerles energía y agua en la casa, educar a sus hijas y hijos, curar sus enfermedades, construirles una casa digna y transportarlos de algún lugar en Nicaragua a otro, de los otros, que viven en miseria en las ciudades sin media manzana al lado apta para la micro-agricultura ni hablar.
No son minorías, sino más que un tercio de la población, cuyo potencial humano lo estamos desperdiciando al hacerlos vivir y producir como en pleno siglo XVIII; peor ésta forma de “economía de baja intensidad” está, por el avance de la frontera agrícola, destruyendo las bases mismas de la vida en Nicaragua. Peor, Nicaragua tampoco sabe aprovechar “crema y nata” de sus educados cuando más que la mitad de los titulados universitarios -hoy más que 15 veces la cantidad del 1990- se encuentra en el desempleo, teniendo la emigración como única alternativa.
Ahora bien, sabemos que el método leninista de resolver tales problemas fracasó. Sacrificó en vano a millones en aras de un supuesto futuro mejor, tal como lo siguen haciendo los dirigentes chinos de hoy, pues simular desde el estado al capitalismo no solo es menos eficiente y eficaz que el original sino además deja a los explotados con aún menos derechos a la autodefensa que ese. Por tanto el contubernio nada tácito a la nicaragüense entre capitalismo privado y capitalismo para-estatal, celebrado a reuniones cerradas, no induce mucha confianza para decirlo al suave, menos cuando ambos insistan que se pueda o se deba separar lo político de lo económico. Tampoco convence el capitalismo a la Friedman -libertad sin restricciones ni supervisión para los flujos internacionales de capital- después de su fracaso con costos aún desconocidos en su totalidad. El sueño o la pesadilla de una Nicaragua atrayendo como un imán al capital del mundo para invertirlo en Nicaragua siempre pertenecía al reino de pura ficción.
En resumen, a mi humilde criterio, nuestro problema en Nicaragua no es cómo re-definir conceptos como Libertad, Justicia e Igualdad social sino cómo organizarnos entre todos para enfrentar nuestros problemas vitales diarios conjuntamente, donde si hay que luchar para que no se siga destruyendo los pocos avances en organización social que habíamos alcanzado en los últimos 30 años.
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