Analizando el proceso de la industrialización en Inglaterra, Marx descubre que en la Inglaterra de sus tiempos el desarrollo industrial y de la infraestructura ya no lo empujaban los fabricantes, los artesanos y los agricultores -tal como lo había descrito Adam Smith medio siglo anterior- sino aquellos con el poder de dirigir los flujos de capital, en particular los bancos pero también personeros con gran capacidad de inversión en capital líquido. Hoy en día nadie serio en las Ciencias Económicas -en particular en las teorías financieras- pone en duda la primicia de este aporte de Marx ni tampoco la validez del mismo.
En los tomos II y III del Capital Marx analiza cómo el capital se orienta solo por maximizar sus ganancias. Esto puede alcanzarse en una gran variedad de formas, no solamente por la inversión productiva, sino a veces mucho mejor en negocios financieros -en su tiempo negocios en acciones y créditos, letras de cambio y pagarés-, pero -al estar desvinculados de la producción y del consumo real- tales negocios terminan en crisis periódicas e inevitables, primero financieras pero después con consecuencias graves para la producción real.
Pues bien la reciente crisis financiera ha comprobado una vez más que Marx estaba en lo cierto. Vale la observación, que en la Nicaragua de hoy la mayor parte del crédito se va a consumo, comercio y letras públicas -97.13% del volumen en la Bolsa de Valores-, no a la producción ni al agro, pues los primeros soportan tazas de interés que no brinda ninguna actividad productiva, por ésta razón el clamor por el banco Produzcamos.
En las perspectivas como las pintaba Marx, él vio la reducción de la producción artesanal y de la agricultura a pequeña escala o de subsistencia, y por el otro lado el crecimiento del trabajo asalariado y de grandes acumulaciones de capital en forma de sociedades anónimas; vaticina por tanto una tendencia que al final sobrevivirían solamente dos grupos: los que trabajan como asalariados -los proletarios- y los dueños de los grandes capitales -los capitalistas-, eso sí solo -como no se cansa a subrayar- si se dejara el desarrollo de la economía completamente a sus fuerzas propias, es decir sin intervención política en el más amplio sentido de la palabra.
En cierta medida tuvo razón, pues en los países de alto e intensivo desarrollo económico, el 70% y arriba de la población económicamente activa se gana la vida como asalariados, incluyendo a los profesionales, mientras la actividad económica a cuenta propia casi ha desaparecido. Al otro extremo según el propio Banco Mundial el 10% de los más ricos del mundo se queda con más que el 50% del ingreso mundial.
Marx toma como un hecho irreversible la democracia burguesa inglesa de sus tiempos, las libertades elementales como de prensa, opinión y creencias, el estado de derecho, las elecciones periódicas limpias de partidos por voto secreto -aunque solamente para varones-, pero también la creciente capacidad de los obreros a organizarse y ejercer presión, no solamente en las fabricas sino también en la política misma, como en la legislación contra el trabajo infantil, la limitación de la jornada de trabajo, las urbanizaciones obreras, la salud pública o el trato arancelario de la importación de trigo, vital para el coste de vida de los obreros, todos logros muy distantes a la realidad de Europa Occidental Continental de su tiempo y dicho de paso todos temas no resueltos en la Nicaragua de hoy.
Preguntado porqué no teorizaba sobre la realidad continental, contesta que a él le pareciera perdida de tiempo analizar lo ya obsoleto, más aún cuando la misma lógica económica ya establecida en Inglaterra mas temprano que tarde iba a empujar irremediablemente a la misma democracia burguesa también allá, no en forma automática sino tanto en Inglaterra como en el Continente por las organizaciones políticas vinculadas con la clase obrera como motor del desarrollo democrático-social. Concluye sin embargo que tales cambios no iban a ser suficiente para romper la lógica de capitalismo, sino que se requería de una verdadera revolución en lo económico, lo social y lo político para alcanzarlo.
Los conceptos de Marx estaban fundamentados en un análisis muy detallado de las circunstancias de su tiempo en el país en aquel tiempo más avanzado en la industrialización y -dicho de paso- el más avanzando país en libertades civiles de Europa. Muchos de los conceptos económicos son hoy parte establecida sin rebatirse de las Ciencias Económicas. Sin embargo de antaño ni los conceptos económicos, ni por tanto tampoco los conceptos sociales o políticos eran aptos para aplicárselos así no más al país más retrasado de Europa -mejor dicho medio europeo, medio asiático- Rusia.
Ahí el problema no era como llegar a una distribución más justa de las riquezas producidas por la industrialización sino como desencadenar ésta última. El problema del agro no era la sustitución de una agricultura de alimentos por una de lana, importándose los primeros desde las colonias, ni el desplazamiento de la población rural hacia las ciudades eliminándose la economía de subsistencia, sino millones y millones de personas en el campo en condiciones miserables de servidumbre, condiciones las que en Europa occidental la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas y sus posteriores ya las habían erradicado.
La necesaria re-interpretación de Marx la hace Lenin, solo que ésta re-interpretación tiene tanto que ver con Marx como los folletos de los Testigos de Jehová con la Biblia: a veces las mismas palabras y frases, pero definitivamente conceptos diferentes. De ejemplo el role del proletariado para Marx resultó de la realidad misma, mientras Lenin lo convierte en dogma de fe, para Marx no hay revolución automática, para Lenin se vuelve promesa de salvación. No obstante Lenin quiso enfrentar un problema real, que sigue real para países como Nicaragua: condiciones de vida infrahumanas para las mayorías, las que sin cambios profundos en lo económico, lo social y lo político no se puede resolver.
El intentó de Lenin fracasó como fracasó el intento de trasplantar las recetas de Friedman, Reagan y Thatcher, Clinton y Blair, el tristemente famoso neoliberalismo. Hace falta algo apropiado y por tanto propio.
Véase tambien: Robert Kurz Las Lecturas de Marx en el Siglo XXI, Andrés Perez Baltodano: Ética y cambio social
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