Para comprender las razones por las cuales el marxismo latinoamericano ha ignorado el estudio de la dimensión subjetiva de la realidad de la región, es necesario abordar más directamente el modelo causal que forma parte del pensamiento de Marx y la manera en que este modelo fue interpretado y adoptado por el marxismo latinoamericano. Para trascender la visión naturalista de Feuerbach, Marx ofreció una visión de la historia como un permanente proceso de cambio generado por relaciones sociales y económicas en permanente conflicto: “En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” (Marx, 1974c, 517-8).
El modelo causal que se expresa en la cita anterior ha generado una larga controversia. Muchos derivan de las palabras de Marx, una visión determinista y hasta reduccionista que sugiere que la historia y la naturaleza de los fenómenos sociales, pueden explicarse y hasta predecirse a partir de una relación causal simple y unidireccional en la que la estructura económica determina la forma y el funcionamiento de las instituciones, la cultura y la moralidad de la sociedad. Desde esta misma perspectiva, las transformaciones que sufre esta estructura económica se presentan como determinadas por una lógica histórica que inevitablemente desemboca en la sociedad sin clases.
Otros pensadores y pensadoras, sin embargo, argumentan que para comprender el modelo causal con el que Marx articuló sus principales argumentos, es necesario matizar enunciados como el citado anteriormente, con otros en los que, tanto Marx como el mismo Engels, parecen ofrecer una visión más compleja de la relación entre estructura económica y superestructura. En la muy citada carta de Engels a José Bloch, por ejemplo, se señala: “Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta --las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas-- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos, cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado” (Engels, 1974b, 514).
En esta carta, Engels ofrece una visión más compleja de la realidad social que la que ofrece en otros de sus escritos. La carta a Bloch, sin embargo, no termina de aclarar el modelo causal que Engels y Marx utilizaron para articular su visión de la historia. Más aún, no termina de eliminar los elementos deterministas de esta visión, porque después de reconocer la multicausalidad de la historia, termina señalando que en último término, “acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico”. En esta misma carta y en una de sus expresiones más ambiguas, Engels también señala: “Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres” (Ibíd..).
La vaguedad del enunciado de Engels contrasta con la claridad y firmeza del enunciado de Marx que dice: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1974c, 518). O esta otra: “Al cambiar la base económica se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella” (Ibíd..).
En estas y en muchas otras ocasiones, Marx muestra una marcada tendencia a establecer un modelo causal determinista organizado alrededor del factor económico. Y aunque es cierto que se pueden encontrar frases en las que tanto Marx como Engels flexibilizan el tono con el que discuten su modelo causal, también es cierto que estas explicaciones aclaratorias no retroalimentan ni corrigen sus argumentos teóricos centrales que tienen, casi siempre, un sentido o, al menos, una inclinación determinista.
Los estudios históricos de Marx tampoco fueron usados por este autor para aclarar el modelo causal --a veces implícito, a veces explícito--, en sus argumentos y posiciones teóricas. En el 18 Brumario de Luis Bonaparte, por ejemplo, Marx le atribuye al factor político y, en particular al Estado, la posibilidad de actuar en contraposición con los intereses de la burguesía. Esta visión, sin embargo, coexiste con otras que la niegan. En el prólogo de la segunda edición de esta obra, por ejemplo, Marx enfatiza que el coup d’état del 2 de diciembre de 1851 en Francia, no podía explicarse como un evento creado por un “mediocre y grotesco” Luis Bonaparte, sino como el resultado de la lucha de clases en este país (Marx, 1974d, 405). Engels, como siempre, va más allá y, en su prólogo a la tercera edición alemana de la misma obra, afirma que el análisis de Marx confirma “la gran ley que rige la marcha de la historia”. Como descubridor de esta ley, dice Engels, Marx “jamás se veía sorprendido por los acontecimientos”. Y añade: “Fue precisamente Marx el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno de lo político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales, y que la existencia, y por tanto también los choques de estas clases, están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de su situación económica, por el carácter y el modo de su producción y de su cambio condicionado por ésta. Dicha ley, que tiene para la historia la misma importancia que la ley de la transformación de la energía para las Ciencias Naturales, fue también lo que le dio aquí la clave para comprender la historia de la Segunda República Francesa” (Engels, 1974c, 407).
A pesar de haber enunciado frases como ésta, Engels no aceptó en forma definitiva su responsabilidad por la interpretación determinista de las ideas de Marx. Prefirió achacársela a sus seguidores. Señalaba Engels: “El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones” (Engels, 1974b, 515-6).
miércoles, 24 de febrero de 2010
Andrés: Marx y la dimensión subjetiva de la realidad
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