viernes, 19 de febrero de 2010

Andrés: La falacia del dualismo

Nota del editor (Cornelio): para reunir todas las contribuciones en un solo lugar, me he tomado la libertad de copiar artículos de Andrés a ese BLOG.
Lo que sigue fue publicado en El Nuevo Diario, el 19 de Febrero del 2009
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He leído con atención los comentarios provocados por mi libro La subversión ética de la realidad: Crisis y renovación del pensamiento crítico latinoamericano publicado recientemente por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) de la Universidad Centroamericana (UCA). Estos comentarios han aparecido como artículos de opinión en END; como mensajes electrónicos escritos en reacción a los extractos del libro publicados los días miércoles en este mismo diario; y como contribuciones al blog que organizó el maestro Onofre Guevara bajo el título “Un libro que invita al debate”.
A partir de hoy, y mientras se publiquen los extractos de mi libro en END, trataré de responder a muestras representativas de los comentarios que a mi parecer ofrecen la oportunidad de avanzar en el esfuerzo colectivo que tenemos que hacer para elucidar la naturaleza de la crisis que ahoga al país.
En esta ocasión haré referencia a una crítica que ha sido hecha por varias personas y que puede resumirse de la siguiente forma: una propuesta ética, como la que se ofrece en mi libro, es una propuesta “idealista” e “ingenua” porque un cambio ético solamente puede derivarse de una transformación de las condiciones “materiales” de nuestra sociedad. Manuel Fernández (END 10/02/10), por ejemplo, rechaza mis argumentos porque se enmarcan dentro de lo que él llama una “filosofía subjetiva”. Esta filosofía, señala, “no es una forma de conocimiento concreto de la actividad social”.
Fernando Bárcenas, ha usado este mismo argumento en sus críticas a mis escritos (ver END 18/02/10). Y aunque Fernando Bárcenas y Cornelio Hopmann no coinciden en muchas cosas, concuerdan en señalar que la ética y lo “subjetivo” no puede ser el punto de partida de una transformación social. Dice Cornelio aludiendo a mi libro: “Nuestro problema en Nicaragua no es cómo re-definir conceptos como Libertad, Justicia e Igualdad social sino cómo organizarnos entre todos para enfrentar nuestros problemas vitales diarios conjuntamente” (ver http://la-subversion-etica.blogspot.com; 17/10/10). Para Cornelio, entonces, la articulación de modelos de organización social “para enfrentar nuestros problemas vitales” –lo “concreto”--, no tiene nada que ver con el sentido que la sociedad le otorga a las ideas de la justicia y la libertad –lo “subjetivo”.
La separación entre lo “objetivo” y lo “subjetivo” que hacen Manuel, Fernando y Cornelio constituye una falacia (error de lógica) que en las ciencias sociales se conoce como “dualismo”. El dualismo confunde la realidad social con las representaciones mentales que, por razones analíticas o por las limitaciones de la mente y del lenguaje, hacemos de ella. En otras palabras, desliga lo que en la vida social forma parte de un todo inseparable.
No existe (ver END 17/02/10) una realidad social independiente y separada de las definiciones y normas que creamos para hacer sentido de la vida en sociedad. En otras palabras, no existe una realidad social, fuera de los significados que usamos para vivir y organizarnos.
Desde esta perspectiva, un cambio social para la reconstrucción del orden no puede darse si no es a partir de la articulación de una visión y una posición ética que nos empuje a actuar con un horizonte normativo compartido. Ilustremos este argumento con un ejemplo.
El cambio en la condición social de los afro-estadounidenses en los últimos cincuenta años es inimaginable si no se toma en cuenta la transformación que sufrió y sigue sufriendo la estructura de valores y significados dentro de los cuales operan los Estados Unidos. Y esta transformación es impensable si no se considera el papel que jugaron las interpretaciones cristianas con las que las iglesias negras enfrentaron la exclusión racial; la espiritualidad liberadora que encierra la música afro-estadounidense; y las posiciones éticas de Rosa Park, Malcom X, Martin Lutero King y miles de héroes y mártires estadounidenses que decidieron retar la “normalidad” del racismo en los Estados Unidos. Decir, como algunos dirán, que la transformación cultural estadounidense a la que hago referencia es un derivado inevitable de las transformaciones que ha sufrido la base económica de los Estados Unidos, es caer en una suerte de providencialismo materialista similar al providencialismo cristiano que nos empuja a ver la historia como un proceso que nosotros no controlamos.
Nada es inevitable. El rumbo de la historia lo decidimos nosotros: los hombres y las mujeres de carne y hueso que habitamos este bello y desgraciado planeta. La lucha por el poder material se enmarca siempre dentro de las visiones normativas de la sociedad que, como seres pensantes y con capacidad de acción, decidimos defender.
Regresemos a Nicaragua y demostremos el error en el que incurren los que asumen que existe una realidad material separada e independiente del sentido que le asignamos a ella. Cornelio argumenta que es romántico, proponer que la ética puede ser un punto de apoyo para lograr el cambio social en Nicaragua. Y señala que lo que necesitamos es “encontrar formas de producir, gobernar y vivir tal que las mujeres y niñas, los hombres y niños reales tengan condiciones mínimas para no ser esclavos de las necesidades de la mera supervivencia” (ver END 08/02/10).
Cornelio parece no darse cuenta de que al pronunciarse de esta manera, plantea una posición profundamente ética que, para tener éxito, deberá enfrentar y derrotar otros planteamientos valorativos que, contrarios a los que él hace, propondrían --desde una perspectiva machista por ejemplo--, que es ingenuo suponer que los niños y las niñas deben gozar de una condición de igualdad. Otras visiones normativas de la realidad dirán que también es absurdo suponer que se pueden encontrar “formas de producir” que liberen de la pobreza a los y las nicaragüenses. La pobreza, dirán algunos, es inevitable y debe aceptarse como parte de la famosa “realidad” o como producto de la voluntad de Dios. La vida, nos decía hace un tiempo el flamante General Humberto Ortega para justificar la desigualdad social, es como un estadio en el que los asientos del palco de los ricos son limitados.
Y apenas estamos examinando el planteamiento teórico de Cornelio. No hemos salido de la simple lectura de su párrafo. Es decir, ni siquiera hemos empezado a hacer lo que él sugiere: “conceptualizar” y poner en práctica un modelo económico capaz de resolver los problemas sociales de Nicaragua.
Un modelo económico es una propuesta y un diseño operativo basado en una posición ética --que puede ser de derecha o de izquierda-- frente a los problemas que enfrenta una sociedad. Su diseño implica tomar decisiones para definir los niveles y las líneas de inclusión y exclusión social que el modelo va a producir y reproducir. Su diseño, en otras palabras, implica definir perdedores y ganadores. Un modelo económico, pues, es impensable sin una racionalidad ética que lo justifique y legitime.
Esto lo entendieron muy bien los arquitectos del capitalismo, desde Adam Smith --quien no era un economista “cuadrado”, sino un profesor de filosofía moral--, hasta Friedrich Von Hayek --quien defendió el mercado como un mecanismo que según él, respondía eficazmente a los intereses “ideales” y “materiales” de la humanidad.
Es solamente en las últimas tres décadas que la teoría económica capitalista ha pretendido proyectar una identidad “científica” que es independiente de consideraciones éticas y morales. El neoliberalismo es producto de esta tendencia: trata de presentarse como una realidad objetiva y natural. Cualquier crítica contra esta realidad, es considerada por los ideólogos neoliberales –y por los que se han tragado el cuento de la economía como una realidad material que trasciende lo ético y lo moral-- como una muestra de romanticismo o senilidad.
No existe, entonces, una realidad material y mucho menos económica que no parta de una visión ética de la realidad –a favor de los pobres o contra los pobres. La ética, como lo señala el lector que se identifica como Pinio (END 10/02/10), es “un punto de partida, una referencia” para evaluar la moralidad dominante en una sociedad como la nuestra. Cuando esta evaluación es negativa, la visión del debe ser que defendemos puede desarrollarse hasta transformarse en una propuesta o propuestas para la reorganización de la sociedad.
Terminemos con una canción. “Para construir el futuro”, Luis Mejía Godoy, “hay que soñarlo primero”. Hay que soñarlo dentro de una visión y posición ética críticamente definida, para que el sueño no se transforme --nuevamente-- en una pesadilla. El letargo ético produce monstruos. El del FSLN produjo a Ortega

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