Las economías de baja intensidad se caracterizan por modalidades de producción, que no aprovechan plenamente los recursos disponibles, tanto humanos como naturales. El acento está en “no aprovechar”, pues puede haber la explotación despiadada del hombre hasta la esclavitud y la devastación total del medio ambiente. Sin embargo se evita la costosa y arriesgada inversión en ciencia y tecnología, en formación laboral y herramientas de trabajo, para mejorar la eficiencia y eficacia en los procesos de producción, de cierta forma en respuesta a mercados, donde los compradores definen tanto volumen como precios de los bienes y servicios, tal que mejoras por el lado del productor no resulten en suma ni en ventas ampliadas ni en mejores precios. En este tipo de economía, el crecimiento de un actor necesariamente va a cuenta de la reducción del otro, hay solamente otra repartición del pastel sin hacer el pastel mas grande.
Ejemplo típico para el caso de Nicaragua es la agricultura y agro-exportación tradicional. Cuando los agricultores de Nicaragua -desde pequeños hasta los más grandes- producen más azúcar, arroz, café, carne, frijol, leche o maíz, como efecto primario se les bajan los precios y al extremo no encuentran quién les compre sea el precio que fuera. Hay entonces pocos incentivos para mejorar la productividad y la conservación del medio ambiente significa solo costos adicionales nada más. La industria de maquila de bajo nivel opera en forma similar: el volumen mundial de prendas de vestir y sus precios base son relativamente fijos, solo la producción migra de país en país.
Similar en los sectores del comercio interno y de servicios personales: en una economía con baja capacidad de consumo, en la cual la gran mayoría tiene a penas para mal cubrir sus necesidades elementales, no hay espacio hasta donde puedan crecer estos sectores, a tal que mejoras en eficiencia y efectividad no van a aumentar las ventas salvo a cuenta de desplazar a otros del mercado. Desde del Mercado Oriental, pasando por las interminables colas de taxi y la competencia a muerte por las rutas de buses, para llegar al gigantesco universo de las micro-empresas non-productivas, sobran los ejemplos internos.
Mientras mejoras tienen poca hasta ninguna importancia para el resultado empresarial, si la obtiene el estado, cuando es él quien asigne los recursos materiales iniciales o por medio de concesiones regula la participación en el mercado, es decir cuando el estado define cuál tuco le corresponde a quién. Eso era la función del estado feudal al asignar territorios e indios, y sigue siendo su función al favorecer uno u otro lado legitimado respectivamente legalizando la tenencia de tierras. Se extiende a concesiones en otras áreas, como las telecomunicaciones o la generación de energía, como subrayan ejemplos recientes. El estado incide en la misma forma al promover desde el gobierno el monopolio de una empresa venezolana y su subsidiaria local en la importación de hidrocarburos más su expansión “de oficio” a otras áreas de la economía nacional. Al fin el estado es el consumidor más grande, tal que sus decisiones de compra o contratación decidan quien prospere y quien no, desde del contrato como celador de una oficina hasta la venta millonaria de equipos.
Tal como lo describió Marx, no sorprende púes que haya una correspondencia entre una economía de baja intensidad por un lado y un estado de prebendas por el otro. Sin santificar el dudoso comportamiento de los actores políticos, éste mismo corresponde a la lógica económica: si es el estado, desde de lo cual se decida éxito o fracaso económico, no la eficiencia ni la efectividad, entonces todo el esfuerzo debe concentrarse en posicionarse dentro de las estructuras públicas respectivamente en tener la capacidad a ejercer presión sobre ellas. Síntoma es la incapacidad de la cúpula empresarial, en su mayoría comerciantes y productores tradicionales, de impulsar un programa propio de modernización de la economía nicaragüense: no hace falta para ellos. También los caudillos repitientes, sin exculparlos, son solo síntoma del mismo circulo vicioso, donde la economía de baja intensidad estabiliza al estado de prebendas y el estado de prebendas favorece éste tipo de economía para mantenerse.
No hay programa gubernamental o de la cooperación, que pueda contra ésa lógica. Entonces el fracaso de la cooperación externa en Nicaragua estaba pre-programado desde el momento en que se apostó en lo económico a la agricultura tradicional, a la producción artesanal de bienes de consumo masivo y a la maquila de bajo nivel, mientras al mismo tiempo se pretendía una reforma del estado como si Nicaragua fuera un país del capitalismo desarrollado, es decir intensivo en el aprovechamiento de los recursos materiales. No es solamente culpa de los cooperantes, si no igualmente de sus contrapartes en Sociedad Civil y Sector público, quienes todos promovieron este camino supuestamente más fácil bajo la consigna “Reducción de Pobreza” en lugar de “Producción de Prosperidad”. El éxito de la agricultura non-tradicional de Costa Rica, con mano de obra Nicaragüense, desarrollada en el mismo periodo muestra que hubiera habido alternativas. Cabe para otra entrega mostrar que el Plan Nacional de Desarrollo Humano del Gobierno actual lejos de cambiar el esquema lo pone en piedra, tanto reflejo de la falta de visión como condición para mantenerse en el poder.
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