Escribe Andrés Pérez Baltodano (END-19-03-10): “Cornelio Hopmann y Fernando Bárcenas son productos de experiencias históricas –Alemania y Nicaragua, respectivamente-- que confirman con dolorosa claridad las tres ideas rectoras de mi libro: la plasticidad de la realidad social; el papel que juegan las ideas y las subjetividades en la construcción de la realidad; y, finalmente, las dramáticas consecuencias que se derivan del oscurecimiento de la imaginación ética en cualquier sociedad. Acerquémonos a estas experiencias para ilustrar estas ideas.”
Confieso: soy hijo respectivamente nieto de las generaciones alemanas, las que operaron los campos de exterminio industrial; estoy condicionado por mi historia, la de mi familia, la de la gente, que me vi crecer. Pero precisamente por esa razón y esa causa, no he escatimado tiempo y esfuerzo a contestarme a mi mismo la pregunta ¿cómo llegamos a Auschwitz? - parte de la pregunta ¿quién soy?-, y conmigo millones de alemanes hijas e hijos, nietas y nietos de la generación Holocausto, de los cuales unos tantos miles -yo uno de ellos- nos tomamos las universidades alemanas en aquel 1968/69 como una iniciativa detonante en la reconstrucción de nuestra propia historia.
El primer descubrimiento chocante: los Nazi no eran unos pocos pervertidos con un ética degradada sino al contrario producto de una historia de nombres ilustres. Heinrich Himmler, el fundador-jefe de las SS, era un hombre culto, amante de la música y había leído todos los autores clásicos, desde Plato y Aristóteles pasando por Cícero y Agustín para llegar a Hobbes y Rousseau en su respectivo idioma original. Obviamente conocía a Kant y Hegel. Las SS tampoco tenían forma de organización de una pandilla de maleantes, sino -según sus documentos de entrenamiento- basaban sus rangos y principios de organización en la Politeia de Plato y según sus testimonios en los pocos procesos judiciales después, mantuvieron en alto siempre las cualidades distintivas de la ética de la responsabilidad, como desinterés personal, eficiencia y eficacia, honestidad, lealtad institucional y por ende la puntualidad prusiana. Dicho de otra forma, el programa de formación ética de ellos ... era casi idéntico al programa escolar mío.
Mucho me hubiera ayudado en aquellos años tener acceso al libro de Hannah Arendt “Elementos y orígenes del dominio total”. Al no tenerlo tuve que reconstruir mi propia historia del totalitarismo y su ideario de antecedentes, una verdadera historia de horrores espantosos en nombre primero de la religión y después de la ética, comenzando con los calabozos y hogueras de la Santa Inquisición, pasando por el terror jacobino y los asesinatos “en masse” en la Vendée para llegar al GULAG de Stalin y al complejo industrial llamado “Solución final” de los Nazi. Lo disturbante: todos estos actos lo planificaron y ejecutaron personas “del bien”, convencidos de hacer lo éticamente correcto y en esa convicción se armaron con argumentos tomados de los mismos autores clásicos míos mencionados arriba.
Lo lamento, pero yo ya no puedo citarlos sin tener presente las consecuencias -por sus frutos los conoceréis-, mucho menos a otros autores alemanes ilustres como Carl Schmitt y Martin Heidegger, quienes públicamente apoyaron a los Nazi tal que Schmitt redactó la “Ley de Toma del Poder” que legalizó el golpe de estado de Hitler del 30 de enero del 1933, o Heidegger quien defendió la masacre de 1934, no solamente del liderazgo de las SA, sino también de otra docena de conservadores anti-nazi como acto doloroso pero necesario de limpieza, cuando Schmitt contribuye para legalizarlo ex-post como “auto-defensa del estado”. Mucho menos, como nos encontramos con estos señores “como si nada” como autoridades venerables en las universidades tomadas.
Me acuerdo también de un Plenario del Bundestag -mi grupo del colegio estaba por casualidad presente- sobre la primavera de disturbios estudiantiles, donde el entonces Presidente de la Bancada Socialdemócrata en el Parlamento Helmut Schmidt nos recomendó en su discurso, con referencia explícita a Max Weber, a retomar sus virtudes: estudiando ahora para gobernar bien después, en lugar de perder tiempo valioso demostrando en vano contra los encargados de gobernar ahora. Le contestamos gritando desde las gradas “Auschwitz, Auschwitz” para señalar que precisamente con ésas virtudes se había operado aquello.
Entiendo que APB no tenga escrúpulos similares -púes esa no es la historia suya-, pero me llama la atención cuál amplio espacio argumentativo les da a estos autores en libros y otras publicaciones, mientras la tradición anti-totalitaria europea, la que igual existe, casi no aparece, de los aportes de los Padres de la Independencia de las 13 Colonias Inglesas ni habla. Es como si para él Europa se redujera al absolutismo católico-borbónico y su secularización, que ciertamente impactó mucho en América Latina -o sea en la historia antecedente propio de APB- más algunos elementos de la tradición autoritaria alemana, aquellos de prima a primera más compatibles con ese enfoque.
Apenas recuperándonos del primer golpe -los asesinos y colaboradores intelectuales vivían entre nosotros como padres de familia respetados y ocupando hasta las más altas posiciones en política, economía y academia-, llegó el próximo aún más duro: la monstruosidad ya la teníamos adentro como producto de una educación autoritaria, machista y represiva. Sin menospreciar los aportes de la pareja Mitscherlich -sociólogos-sicólogos- y de otros de campos afines, no se hubiera logrado absolutamente nada sin el empuje beligerante de las mujeres feministas, pero vaya es hasta ahorita que salen a luz los abusos sexuales cometidos por curas y maestros en los 60, 70 y 80 en instituciones alemanas de educación pública, privada y religiosa muy respetadas-, tal que esa lucha es aún más difícil y dolorosa y aún no ha terminado.
Yo no salí ileso. Se quedaron cicatrices y susceptibilidades como el rechazo casi alérgico e instintivo a cualquier forma del absolutismo ético así como a cualquier pretensión de construir -mental- o efectivamente- sociedades desde arriba hacía abajo, desde el centro hacia la periferia. Para mi no hay ética totalitaria buena verso ética totalitaria oscura, estado “Leviatán” bueno verso dictadura mala, sino es ya solo la pretensión de organizar la sociedad desde conceptos éticos preconcebidos, apuntando al estado como herramienta principal de organización, la que por lo tanto lleva en sus consecuencias finales a acontecimientos como Auschwitz. Capto que lo que para mi –y Hannah Arendt- es consecuencia de una forma coherente de pensar y actuar, para APB solamente representa -en sus acciones- una ética degradada en relación a sus orígenes nobles, una degradación como tal, que para él es incomprensible.
Sin embargo, espero que mis hijos puedan leer más tranquilos a Dietrich Bonhöffer, más tranquilos que mis abuelos, cuando su hijo, mi tío, pastor y amigo de Bonhöffer, les regaló un libro de él en 1947, hoy parte de nuestra biblioteca familiar en Managua. Mi abuelo Juan había sido Obispo Evangélico de Danzig desde 1935 hasta 1945 y como tal fue colaborador activo de los Nazi al menos hasta 1942. A mi me consta con orgullo que los servicios de la Seguridad del Estado de Alemania Federal, Alemania Democrática y Nicaragua me dedicaron expedientes por considerarme un elemento subversivo, cada uno en su tiempo, pero hasta los 3 a la misma vez.
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