miércoles, 13 de julio de 2011

Adolfo Acevedo: El bono demográfico y la migración de los jóvenes

1.1. LAS POSIBILIDADES QUE ABRE EL BONO DEMOGRÁFICO: UNA RECAPITULACIÓN.

Como se sabe, la tasa de crecimiento de la población depende de tres factores: la tasa de natalidad, la tasa de mortalidad y la tasa de migración. La tasa de crecimiento poblacional es entonces igual a la tasa de natalidad, menos la tasa de mortalidad y más o menos la tasa de migración neta.

La transición demográfica es el proceso de larga duración mediante el cual las poblaciones pasan de un estado inicial de alta fecundidad, elevada mortalidad y la preponderancia de una población joven a otro de menor fecundidad, mortalidad más baja y una población en proceso de envejecimiento.

Esta transición comienza con el descenso de la tasa de mortalidad y el aumento de la expectativa de vida. Al comienzo se reduce la tasa de mortalidad infantil, pero posteriormente también se produce un descenso en las tasas de mortalidad general. Los avances en la atención sanitaria básica permiten que aumente el número de niños que sobreviven al nacimiento, y la esperanza de vida al nacer.

Dado que la tasa de fecundidad se mantiene alta durante algún tiempo después del descenso en la tasa de mortalidad, la población - y en particular la población infantil – experimenta un rápido crecimiento. En consecuencia, los niños se vuelven más numerosos y aumentan su participación en el seno de las familias, y como porcentaje de la población total.

En esta fase, debido al elevado peso de la población infantil en la población total, existe una elevada tasa de dependencia de la población no activa, principalmente la población infantil, en relación a la población en edad activa, o población en edad de trabajar.

Con el tiempo, la fecundidad también comienza a descender, lo que desacelera el crecimiento de la población, en particular el de la población infantil. De modo paralelo, comienza a incrementarse el peso de la población en edad activa (15-59 años) dentro de la población total, como resultado de que las pasadas cohortes infantiles van alcanzando por oleadas sucesivas la edad de trabajar.

Esta etapa de la transición demográfica, en que la población infantil reduce su participación mientras la población en edad de trabajar experimenta su mayor crecimiento como porcentaje de la población total, ha sido denominada fase del bono o dividendo demográfico, y reviste una importancia decisiva. En esta etapa, la relación de dependencia entre el número de niños y las personas en edad de trabajar a sufre un acelerado descenso y, debido a que la proporción de adultos mayores sigue siendo baja, se reduce también la relación de dependencia general.

La tasa o relación de dependencia mide la relación numérica entre las personas consideradas como dependientes (convencionalmente niños de 0 a 14 años, que todavía no alcanzan la edad de trabajar, y personas mayores de 60, que ya sobrepasaron la edad de retiro) y las personas en edad activa o edad de trabajar (convencionalmente entre 15 y 60 años). La relación de dependencia infantil mide la relación entre el número de niños dependientes (menores de 15 años) y las personas en edad activa, y la relación de dependencia de los adultos mayores mide la relación numérica entre estos (mayores de 60 años) y las personas en edad activa.

Dado que el comportamiento económico de las personas varía según la etapa del ciclo de vida en la que se encuentran, los cambios en la estructura por edades de la población tienden a producir un impacto importante sobre el proceso de desarrollo económico. Una alta proporción de personas dependientes, ya sean niños o adultos mayores, tiende a limitar el crecimiento económico, pues una parcela significativa de los recursos es destinada a atender sus demandas.

Por el contrario, una alta proporción de personas en edad de trabajar puede impulsar el crecimiento económico a través del incremento en el ingreso y la acumulación acelerada de capital, resultante de la mayor presencia de trabajadores, y de la reducción del gasto en personas dependientes.

En este sentido, la relación de dependencia, al vincular a la población en edades potencialmente inactivas (personas menores de 15 años y de 60 años y más) con la población en edades potencialmente activas (entre 15 y 59 años), constituye un importante indicador de los efectos eventuales de los cambios demográficos sobre el desarrollo socioeconómico.

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FUENTE: En base a Proyecciones de Población INIDE

En los inicios de la transición demográfica, la relación de dependencia es elevada debido al alto porcentaje de niños. En la segunda etapa, gracias a la baja de la fecundidad, y la disminución del número de niños en relación a la población global se reduce la relación de dependencia. Este proceso da pie a lo que se conoce como el “bono demográfico”.

El bono demográfico hace referencia a una fase en que el equilibrio entre edades resulta una oportunidad para el desarrollo. Ocurre cuando cambia favorablemente la relación de dependencia entre la población en edad productiva (jóvenes y adultos) y aquella en edad dependiente (niños y adultos mayores), con un mayor peso relativo de la primera en relación a la segunda.

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En esta fase, como resultado de la disminución del peso de la población infantil y del aumento del porcentaje de personas en edad activa, en el seno de los hogares habrá, en promedio, cada vez más personas en edad de trabajar, que representan generadores potenciales de ingresos, y menos personas dependientes (sobre todo niños).

Si las personas en edad activa, que en promedio están aumentando su número y proporción dentro de los hogares, encontrasen un empleo digno, que les proveyera de un ingreso decente, el ingreso global y per cápita del hogar aumentaría, y como hay cada vez menos niños por hogar, habría más recursos para invertir (en la educación, la salud y la nutrición) de cada niño.

Por un lado habría una mayor proporción de perceptores potenciales de ingreso dentro de los hogares, y por tanto un incremento potencial en el nivel global de ingreso familiar. Por otro lado la reducción de la tasa de dependencia infantil (es decir, la reducción en el número de niños dependientes por cada persona en edad laboral) significa que, por cada persona en edad activa capaz de generar ingresos dentro del hogar, habría menos niños dependientes, lo cual representaría, junto con un mayor ingreso per cápita potencial en los hogares, la posibilidad de efectuar una mayor inversión por niño.

Tendríamos entonces, en potencia, hogares con un mayor ingreso per cápita, y por tanto con mayor capacidad de atender a sus propias necesidades, y una mayor inversión por cada niño y niña en términos de educación, salud y nutrición.

Esto crea la posibilidad de reducir la pobreza en plazos históricos relativamente cortos.

En términos macroeconómicos o agregados, si esa creciente fuerza de trabajo encuentra ocupación en empleos de alta y creciente productividad, se puede producir la aceleración del ritmo del crecimiento económico[1]/.

Dado que la población en edad de trabajar es aquella que está en la fase de su ciclo de vida en que normalmente su consumo supera su ingreso, esto es genera un ahorro, esto crea la posibilidad de que se produzca un aumento en la tasa de ahorro, lo cual posibilitaría, a su vez, un aumento en la tasa de inversión y, también por esta vía, un crecimiento económico más rápido.

Al aumentar el ritmo de crecimiento económico, mientras la tasa de crecimiento de la población disminuye, aumentaría el ingreso promedio que reciben los habitantes del país, y como hay cada vez menos niños, se genera la posibilidad de invertir más por cada uno de sus niños. Entonces por las dos vías, por la vía del aumento del ingreso por habitante, y por el aumento de la inversión por niño, se genera la posibilidad de reducir la pobreza, y sus mecanismos de reproducción, con relativa rapidez.

Por estas razones se crea la posibilidad de combinar un crecimiento económico más rápido, con una reducción significativa de la pobreza. De acuerdo con muchos estudiosos, un secreto fundamental detrás del impresionante desempeño de los países del Sudeste Asiático, tanto en términos de rápido crecimiento económico como de reducción de la pobreza a un mínimo, reside en que aprovecharon de manera exitosa la oportunidad que se denomina “bono demográfico”.

De hecho, la combinación de una fuerza de trabajo amplia, joven y altamente capacitada para el empleo y un contingente de personas mayores dependientes relativamente pequeño constituyo una situación altamente favorable para el crecimiento económico de los países del sudeste asiático. El aumento en la productividad observado en ellos se debió en gran medida a las fuertes inversiones en la educación de los jóvenes durante el período del bono demográfico.

La fase del “bono demográfico” conlleva también la oportunidad para que un mayor porcentaje de la población en edad laboral, principalmente la femenina, se incorpore a la fuerza de trabajo (es decir para que aumente la tasa de participación laboral).

En efecto, una de las mayores restricciones para ello lo representa la baja incorporación de la mujer al mercado de trabajo, al verse forzada, por la denominada división del trabajo por sexos, a dedicarse al cuidado del hogar, principalmente de los niños. La fase del bono demográfico significa una disminución rápida de la relación entre el número de mujeres y el número de niños que requieren cuidado, lo cual crea la posibilidad de que las mujeres puedan incorporarse más plenamente al mercado de trabajo.

1.2. ¿QUE SIGNIFICA APROVECHAR A PLENITUD EL BONO DEMOGRÁFICO Y COMO PUEDE AFECTAR LA MIGRACION?

El bono demográfico solo se materializa plenamente cuando es posible emplear en actividades formales de adecuada productividad, a la fuerza laboral que aumenta rápidamente. Esto, a su vez requiere que la población que se incorpora a la fuerza de trabajo lo haga habiendo acumulado niveles adecuados de capital educativo.

En este punto es importante esclarecer la diferencia entre los beneficios potenciales del bono demográfico, dados por la dinámica demográfica, por un lado, y la medida en que se produce el aprovechamiento efectivo de estos beneficios potenciales, por el otro.

La dinámica demográfica, expresada en la disminución de las tasas de fecundidad y en los cambios en la estructura de edades que trae aparejados, se traduce en el incremento de las personas en edad de trabajar, capaces de convertirse en generadores potenciales de ingreso laboral (15 a 59 años) en relación a las personas en edades extremas o dependientes (0 a 15 y más de 60).

Ahora bien, no todas las personas en edad de trabajar se incorporan al mercado de trabajo. Mientras unas lo hacen y se convierten en población económicamente activa (ACTIVOS), otras (estudiantes, amas de casa, discapacitados) no se incorporan al mercado laboral y constituyen lo que se ha denominado una población económicamente inactiva (INACTIVOS).

De las personas en edad de trabajar que se incorporan al mercado laboral y constituyen en la población económicamente activa, unos encuentran empleo (OCUPADOS) y otros permanecen en la desocupación (DESEMPLEADOS). Finalmente, de entre los empleados, unos lograran encontrar empleos formales (FORMALES), y otros empleos informales, predominantemente empleos precarios y de baja productividad (INFORMALES).

Otros sencillamente EMIGRAN al exterior, y se incorporan a la población económicamente activa del país de destino.

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Estos conceptos nos permiten diferenciar entre a) la tasa de sostenibilidad potencial o demográfica – el cociente entre el número de personas en edades potencialmente activas o en edad de trabajar que teóricamente estarían en capacidad de trabajar y generar ingresos entre el número de personas en edades dependientes a las cuales deberían sustentar –, y b) la tasa de sostenibilidad efectiva o económica – el cociente entre el número de personas que efectivamente desempeñan una actividad económica y generan ingresos (los ocupados formales e informales) entre el número de personas que deben sostener, tanto las personas en edad dependiente, como a los inactivos y a los desempleados.

El siguiente grafico nos muestra la magnitud de la apreciable brecha que existe, en Nicaragua, entre la tasa de sostenibilidad potencial, y la tasa de sostenibilidad económica o efectiva, lo cual nos muestra una primera aproximación del grado en que se está desaprovechando el bono demográfico.

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Esta distinción es importante porque permite apreciar la diferencia entre la oportunidad potencial que representa el bono demográfico, y su aprovechamiento efectivo.

Esto nos permite concluir que la oportunidad potencial representada por el bono demográfico se desperdiciara, en una gran medida,

a) cuando segmentos considerables de la población en edad de trabajar – especialmente las mujeres, y sobre todo en los hogares pobres – no se incorporan al mercado laboral, permaneciendo inactivas y agregándose de hecho a las personas económicamente dependientes -, y

b) cuando parte de los que se incorporan al mercado laboral permanecen desempleados,

c) cuando la mayor parte de los que tienen la posibilidad de trabajar lo hacen en empleos precarios e informales y

e) cuando parte importante de la población joven emigra al exterior.

La alta presencia de inactivos (sobre todo mujeres) entre los potenciales trabajadores (en Nicaragua solo alrededor del 37% de las mujeres en edad de trabajar se incorpora a la Población Económicamente Activa, la persistencia de grandes bolsones de empleos de baja productividad y la informalidad del empleo, fuertemente asociada al subempleo (en Nicaragua el 67% del empleo total es informal), y el desempleo (que afecta actualmente al 6.7% de la fuerza de trabajo), y las altas tasas de migración (cada año se pierde el equivalente neto de más de un tercio de una cohorte juvenil) reducen considerablemente el aprovechamiento efectivo de la oportunidad representada por la tasa de sostenibilidad demográfica, medida por el cociente entre personas en edad de trabajar y dependientes.

La magnitud de esta brecha obedece, en una gran medida, a las características específicas de los hogares de menores ingresos.

En efecto, en los hogares de menores ingresos

a) el número promedio de niños es más alto, y por tanto el tamaño medio de los hogares es mayor y la tasa de dependencia es más elevada,

b) la tasa de incorporación de las personas en edad de trabajar (en particular de las mujeres) al mercado de trabajo es más reducida y por tanto el número de inactivos es mayor,

c) para los que se incorporan al mercado de trabajo, además de estar afectados en mayor medida por el desempleo, predomina el empleo en ocupaciones informales, precarias y de baja productividad y

d) los jóvenes de estos hogares tienden a migrar hacia Costa Rica en busca de mejores oportunidades).

Uno de los factores que más impulsa la emigración de los jóvenes, es la ausencia de oportunidades laborales decentes.

En efecto, el que una relación de dependencia baja resulte beneficiosa depende en gran medida de las oportunidades de empleo existentes y de la preparación que tengan quienes entran a la fuerza de trabajo. De lo contrario, se pueden más bien generar problemas de difícil solución.

Desde este punto de vista, el principal problema de la economía nicaragüense no es tanto la falta de creación de empleos, cuando crece la economía, sino el tipo y calidad del empleo que se crea.

En el caso de Nicaragua lo que está ocurriendo es que, frente a este crecimiento de la población en edad laboral, lo que la economía está generando, de manera predominante, son empleos precarios e informales, de muy baja productividad, sin ningún tipo de protección. Este tipo de empleos únicamente demanda, para su desempeño, de una fuerza de trabajo de muy baja calificación, y normalmente proporcionan a quienes los desempeñan una pobrísima remuneración, la cual con frecuencia coloca a sus perceptores bajo el umbral de la pobreza.

En otras palabras, los pobres lo son porque pueden acceder principalmente a empleos precarios e informales.

Recuérdese que el vínculo entre el crecimiento económico y la reducción de la pobreza pasa por la creación de empleos decentes, adecuadamente remunerados, y en las edades adecuadas. El hecho de que la economía esté generando principalmente este tipo de oportunidades de inserción laboral caracterizadas por empleos precarios y de baja productividad para la creciente población activa, debilita el nexo entre el crecimiento económico, la generación de empleo y la reducción de la pobreza.

Estos hechos ponen de manifiesto que el "estilo de crecimiento" que muestran los sectores de la actividad económica con más peso en la creación de empleos, determina que el empleo generado en ellos, predominantemente precario e informal, no requiera, para su desempeño, sino de muy bajos niveles de calificación.

Esto posibilita que la gran masa de trabajadores nicaragüenses que se caracterizan, precisamente, por sus bajos niveles de escolaridad, pueda refugiarse en ellos.

El tipo de crecimiento económico de los sectores que más contribuyen a la generación de empleo se basa el crecimiento extensivo de actividades de baja productividad, y paradójicamente, es precisamente la bajísima productividad promedio de estos sectores la que les permite crear la masa principal del empleo en el país.

De manera que, por un lado, este tipo de empleos, precarios y de muy baja productividad,  es el único capaz de absorber a la mayor parte de una fuerza de trabajo con las características de la nicaragüense: a saber, una fuerza de trabajo caracterizada por bajísimos niveles de escolaridad.

Por otra parte, el hecho de que este tipo de empleos, que representa la mayor parte de los empleos generados, no demande de altos niveles de calificación, significa que el sistema económico no genera suficiente presión sobre la sociedad para efectuar la inversión requerida para elevar de manera significativa los niveles educativos de la población.

Esto explica el circulo vicioso que se produce entre el bajo nivel de escolaridad de la fuerza de trabajo, y el hecho de que la economía genere, principalmente, empleos precarios e informales.

En efecto, al mismo tiempo, gran parte de los niños y adolescentes matriculados y de las cohortes de jóvenes que han pasado la edad de asistir a la educación primaria y secundaria, y que están, o estarán ingresando, a la fuerza laboral y formarán el grueso de la misma durante las próximas cinco décadas, han acumulado o se espera que acumularán un nivel de conocimientos y destrezas excesivamente bajo, en comparación con los umbrales mínimos que serían requeridos.

Esto los condenara a reproducir los patrones de pobreza y desigualdad prevalecientes, y por el resto de su vida adulta los condenara a encontrar, principalmente, empleos precarios e informales.

Y los adolescentes y jóvenes que ni estudian ni trabajan?

Hay un amplio debate y mucha preocupación sobre el eslabón que media entre educación y empleo. El puente entre ambos implica, en gran medida, el paso de la vida dependiente a la autónoma, de la formación de capacidades y destrezas a su aprovechamiento en la vida adulta, de las condiciones del hogar de origen a las futuras condiciones del hogar propio.

Se sabe que el nivel educativo gravita enormemente en el tipo y la calidad del empleo al que se puede acceder, pero a la vez existen especiales dificultades para los jóvenes a la hora de acceder al mundo del trabajo. A continuación se verá la manera en que se reproducen las brechas establecidas en el sistema educativo una vez que las personas ingresan al mundo del trabajo.

Gran parte de los adolescentes nicaragüenses se ven forzados a abandonar la escuela a edades prematuras, habiendo alcanzado niveles de escolaridad muy bajos, para insertarse en el mercado laboral.

Dada la baja escolaridad que han logrado acumular, la mayor parte de los adolescentes y jóvenes, y sobre todo los provenientes de los hogares de menores ingresos que se incorporan al mercado laboral, se insertan en el mismo predominantemente a través de  empleos precarios e informales.

La Encuesta de Hogares para la medición del Empleo de Noviembre de 2007 muestra que el 68.5% de las 305.2 miles de personas de 10 a 19 años que se encontraban incorporadas al mercado laboral, encontró ocupación en el sector informal de la economía, y que solo el 27.7% lo hizo en el sector formal. Las tasas de desocupación entre los jóvenes de 18 a 29 años alcanzaban entre un 7% y un 8.3% mientras que la tasa de desempleo promedio nacional era del 5.9%..

EMPLEO FORMAL E INFORMAL POR GRUPOS DE EDAD
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Fuente: INIDE, Encuesta de Hogares para la Medición para el Empleo Noviembre 2007

Se trata de empleos en los que predominan el auto empleo y los empleos sin remuneración, desempeñados principalmente por familiares, y asalariados de micro unidades informales. Estos empleos generan unos ingresos muy bajos, que mantendrán a quienes los desempeñan, por el resto de su vida, bajo el umbral de la pobreza.

Sin embargo, aun más preocupante es la existencia de un conjunto de adolescentes y jóvenes doblemente excluido. No estudian ni trabajan. Es decir, están excluidos de la oportunidad de participar del entramado social a través del trabajo, pero fundamentalmente conforman un grupo que el sistema educativo no está pudiendo incorporar.

En principio, es indudable que la condición de exclusión educativa determina una situación de vulnerabilidad que no es compensada en ninguna forma por la inserción en el mercado laboral.  Aun cuando en gran parte de los casos los adolescentes y jóvenes trabajan en condiciones laborales desprotegidas, esta práctica los acerca, aunque en forma insatisfactoria, a un entramado de relaciones sociales y a una dinámica propia del mundo adulto.

De este modo no estudiar y tampoco trabajar constituye un escenario de doble exclusión, que merece una atención diferenciada.

El siguiente grafico muestra el porcentaje de adolescentes de 12-19 años, en edades aproximadas a la que deberían estar incorporados a la enseñanza secundaria,  que no se incorpora al sistema educativo ni trabaja, de acuerdo a la EMNV2005, según el procesamiento de la CEPAL.

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Pero los otros gráficos, extendidos a la población de 15 a 24 años,  muestran que este es un problema de mayor envergadura, que afecta a los adolescentes y jóvenes, con mucha mayor fuerza a los de hogares pobres (la incidencia es varias veces mayor para el 20% más pobre de los hogares que para los hogares de mayores ingresos), y con más fuerza todavía a las mujeres adolescentes y jóvenes – condenadas desde edades tempranas a quedarse en la casa asumiendo actividades y responsabilidades  del hogar, lo cual resulta especialmente relevante en las zonas rurales. Sin embargo, en el caso de los hogares pobres, el porcentaje de adolescentes y jóvenes varones que no estudia ni trabaja también resulta excesivamente alto.

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Fuente: CEPAL

Las condiciones socioeconómicas de los hogares y el nivel educativo de los jefes o jefas de hogar siguen revelándose como la causa principal de las diferencias en los resultados del aprendizaje. Entre estos atributos destacan los siguientes: i) los activos de capital físico (infraestructura de la vivienda, ingresos, equipamiento doméstico, entre otros), ii) el capital humano (clima educativo) y iii) el capital cultural (hábitos y valores afines a la ideología educacional).

Las viviendas inadecuadas y las marcadas carencias de infraestructura habitacional, los problemas de hacinamiento y el gran número de niños, los escasos recursos de capital humano, la fragilidad de los vínculos con el mercado laboral y la inestabilidad de los ingresos, la falta de afinidad con el sistema educativo en jefes de hogar que tuvieron escasa vinculación con el sistema educativo y el desinterés,  son algunos de los factores (objetivos y subjetivos) que debilitan la capacidad de las familias para satisfacer las necesidades básicas y que se traducen en obstáculos, a veces infranqueables, para generar las condiciones que requiere la asistencia regular a la escuela y el logro de niveles de aprendizaje adecuados.

Además, la motivación de las familias por invertir recursos en la educación de los hijos está directamente relacionada con la credibilidad que asignan al sistema educativo como vía de movilidad social, esto es, con la percepción de que la calidad de las oportunidades educativas que los recursos familiares disponibles ponen al alcance de sus hijos les abrirán alternativas de acceso efectivas a los principales circuitos sociales y económicos de la sociedad.

En tal sentido, la situación más frecuente en el grupo de adolescentes y jóvenes que ni estudian ni trabajan  es haber interrumpido el vínculo con la educación formal sin haber accedido al nivel medio, durante la escuela primaria o una vez que terminaron el nivel primario. Hay un grupo de adolescentes que nunca ingresó al sistema educativo formal.

Entre ellos, una gran parte son analfabetos. El peso relativo de este grupo dista de ser marginal: en Nicaragua este grupo,  integrado por los niños que a lo largo de los años se fueron quedando sin ingresar del todo al sistema educativo., es especialmente grande:

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En este contexto es importante destacar que si bien la probabilidad de abandonar los estudios es similar para los varones y las mujeres, existe una marcada prevalencia femenina en el grupo de adolescentes que no estudian ni trabajan, lo cual se contrapone con las elevadas tasas de actividad entre los adolescentes.

Frente a esta evidencia, se vuelve imprescindible reflexionar en primer lugar, acerca del modo en que la vulnerabilidad socio económica de los hogares corroe las condiciones de estabilidad necesarias para que los adolescentes puedan permanecer estudiando y en el caso específico de los adolescentes que no estudian pero tampoco trabajan, el modo en que el género condiciona la forma que finalmente adoptará este involucramiento.

En el caso de los jóvenes varones, provenientes de los hogares de bajos ingresos, y que padecen de esta doble exclusión, cabe interrogarse cuales son las perspectivas que se les abren para insertarse en la vida social, diferentes de la descomposición social y la delincuencia.

Este cuadro empuja a miles de jóvenes de los hogares de menores ingresos a emigrar, sobre todo a Costa Rica. Dado que los que emigran son quienes poseen mayor escolaridad, esto reduce para Nicaragua el potencial representado por el bono demográfico, y lo aprovecha el país de destino de los emigrantes.

La fuerte emigración de la población joven, tiene otra implicación: puede acelerar considerablemente el proceso de envejecimiento poblacional.

Comoquiera que sea, del mismo modo que el bono demográfico se inicia cuando desciende la tasa de fecundidad y se comienza a reducir la relación de dependencia, la fase del bono demográfico termina cuando la fecundidad se estabiliza y la proporción de personas mayores comienza a aumentar. La etapa pre-transicional, con una alta dependencia de los niños y pocos adultos mayores, es reemplazada por la etapa pos-transicional, con una elevada dependencia de los adultos mayores y pocos niños.

Por lo tanto, la población es todavía predominantemente joven. El 55.9% de la población tiene 24 años o menos. Los niños y adolescentes (menores de 19 años) representan un considerable 45.6% de la población. La edad mediana dela población es de solo 22 años.

Por consiguiente, el país tiene todavía la oportunidad de hacer un esfuerzo extraordinario para aprovechar el tiempo que resta del bono demográfico.

Sin embargo, el futuro de nuestro país, a las alturas de 2011, se ve como una fase de gradual transición hacia el envejecimiento de su población.

En efecto, de conformidad con las proyecciones demográficas disponibles, entre 2005-2010 y 2010-2015 Nicaragua pasara de la actual fase de “envejecimiento incipiente” (las personas de mayores de 60 años representan entre el 5 y el 7% de la población total) a la fase de “envejecimiento moderado” (los el país mayores de 60 representan entre el 6% y el 8% de la población total).

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A partir de ese momento, el país atravesara por la fase de “envejecimiento moderado avanzado” (la población mayor de 60% años representara entre el 8% y el 10% de la población total), hasta que, aproximadamente para 2030 (dentro de 19 años), habrá entrado en la fase de “envejecimiento avanzado” (en esta fase la población mayor de 60 años representa más del 10% de la población total.

Esto significa que la población de niños, adolescentes y jóvenes ira reduciendo de manera sistemática su participación en la población total, mientras se incrementara de manera inexorable el peso de la población de adultos y adultos mayores.

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FUENTE: En base a Proyecciones de Población INIDE

Las citadas proyecciones muestran que, en 2035-2040, dentro de dos décadas y media, o a lo sumo tres, el país por un lado estará culminando el periodo del bono demográfico, y al mismo tiempo estará arribando a la fase plena o avanzada de envejecimiento de la población.

Sin embargo, si se mantiene o se acelera la migración de la población joven, esto significa que en el interior del país habrá menos jóvenes y más personas mayores, de manera que el bono demográfico podría concluir antes, y el proceso de envejecimiento podría avanzar mas rápido.

Se estima que la población en edad activa continuara aumentando hasta 2035 (o antes, si se acentúa el proceso de migración de la población joven), cuando alcanzara su punto culminante como porcentaje de la población total, y luego comenzara a declinar – porque el decrecimiento de la población infantil habrá cesado de alimentar sus tasas de crecimiento y porque las diferentes cohortes de esta población irán alcanzando por oleadas la edad de retiro -.

Paralelamente, se continuara incrementando con rapidez la población de adultos mayores. Para el año 2050 la población mayor de 60 años representara aproximadamente un 20% de la población – un porcentaje similar al que, en promedio, representa actualmente en los países desarrollados.

Es importante anotar que este proceso de envejecimiento, que en los países europeos tuvo una duración de aproximadamente un siglo, en el caso de América Latina está teniendo una duración de solo unos 30 años, es decir se está produciendo a un ritmo tres veces más rápido.

Este proceso de envejecimiento de la población se está produciendo en todo el mundo. Es un proceso irreversible y las poblaciones jóvenes — tan comunes hasta ahora — se irán haciendo escasas durante el siglo XXI. En las regiones desarrolladas del planeta, más de una quinta parte de la población ya tiene 60 años o más, y para 2050 cerca de un tercio de la población de los países desarrollados se encontrará en ese grupo de edad.

Cuál es la perspectiva futura del país, de conformidad con estas tendencias? En resumen, la perspectiva es que dentro de 2 y media o 3 décadas, la fase del bono demográfico estará concluyendo, y entraremos a una nueva fase de la transición demográfica, en la que se comenzara a reducirse de manera progresiva el peso de la población en edad de incorporarse productivamente al mercado de trabajo, mientras que va a comenzar a crecer de manera sostenida el porcentaje de personas que alcanza la edad de retiro. La población menor de 15 continuara su proceso de marcada declinación.

Para entonces, tendríamos un porcentaje creciente de personas mayores que alcanzaron una edad de retiro sin ningún tipo de ahorro, que deberán ser sostenidas y atendidas en sus necesidades de cuidado de salud, y un porcentaje decreciente de la población en edad de trabajar, de manera que habrá cada vez más adultos mayores dependientes por cada persona capaz de trabajar.

Desde el punto de vista socio-económico, en esa fase lo que interesa es la proporción de las personas que se incorporan a la fuerza de trabajo sobre la población en edad de retiro, porque directa o indirectamente son las personas que constituyen la fuerza de trabajo las que deberán sostener, directa o indirectamente, a las personas que alcanzan la edad de retiro.

Como resultado del hecho de que el número de adultos mayores crecerá más rápido que la Población Económicamente Activa, habrá cada vez menos personas económicamente activas - que son las que deberán sustentar a los adultos mayores - por cada adulto mayor.

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FUENTE: En base a CELADE

Al mismo tiempo, la población en edad de trabajar que se incorpore a la fuerza de trabajo, en ausencia de modificaciones en el actual modelo de crecimiento, con toda probabilidad van seguir laborando, en un elevado porcentaje, en empleos precarios e informales, que los mantendrán bajo el umbral de la pobreza.

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En este caso, el “bono demográfico” se habrá agotado, es decir ya el porcentaje de personas en edad activa no seguirá creciendo en comparación a las personas dependientes, sino que el proceso comenzará a funcionar de manera contraria: el número de dependientes (principalmente las personas mayores) crecerán cada vez más respecto del número de personas en edad activa.

Esto provocaría una disminución progresiva de los ingresos laborales por persona dependiente, o lo que es lo mismo una disminución del ingreso per cápita de los hogares, debido al aumento de la relación de dependencia, y el período de “bono demográfico” daría paso a un período de acentuada “desventaja demográfica”.

En la medida en que las personas mayores no hayan ahorrado para cubrir sus necesidades durante la vejez, esto supone que aquellos que todavía estén en edad de trabajar – que serán cada vez menos en relación al número creciente de adultos mayores - tendrán que apoyar la sobrevivencia y la atención en salud de la población mayor de 60 años, ya sea a través de cuidados individuales para sus propios padres o de manera colectiva, a través del pago de mayores impuestos o contribuciones para asegurar, de alguna manera el sustento y la atención en salud de la creciente población en edad de retiro.

En el caso de Nicaragua, si no se modifican las tendencias prevalecientes, las personas en edad de retiro dependerán, en su gran mayoría, de transferencias de terceros, más que de su propio ahorro para la vejez. Esto es así, primero, porque sólo el 20% de la fuerza de trabajo nicaragüense está afiliada al Seguro Social, de tal manera que el 80% de las personas que integran la fuerza laboral cuando llegan a edad de retiro lo hacen sin ningún ahorro. Estas personas mayores dependerán, para sobrevivir, de la asistencia de sus familiares, o del Estado.

Dado que la población infantil será un porcentaje cada vez más pequeño de la población total, ya no existirán tantos niños y adolescentes en los cuales invertir para que nos puedan sacar en un futuro de la pobreza. El momento de invertir en los niños y adolescentes y efectuar los cambios y transformaciones que hagan posible cambiar las perspectivas del futuro es ahora, porque, para ese momento futuro que hemos descrito, ya será demasiado tarde. Las perspectivas de futuro del país están siendo comprometidas desde ahora.

Al arribar el momento en que inicie con toda su fuerza el proceso de envejecimiento de la población, ya no habrá retroceso. Nicaragua tiene, por lo tanto, una ventana de oportunidad de entre tres o cuatro décadas, cuando mucho, para poder hacer las inversiones y las transformaciones que se requieran para aprovechar al máximo que sea posible el bono demográfico.

El desafío que se enfrenta no se da en un vacío. Es preciso buscar respuestas que concilien tres grandes transformaciones de las que la política pública debe hacerse cargo: aquellas que responden a inercias demográficas, como el envejecimiento de la población y la baja de la natalidad; aquellas que dependen del desempeño de los agentes económicos y de políticas de coordinación y habilitación, como la promoción de cambios en el estilo de crecimiento y las mejoras en la productividad, y aquellas de economía política que se refieren al papel y tamaño del Estado.


[1] /El crecimiento de la economía, medido por el crecimiento del producto interno bruto, resulta del incremento en el número de trabajadores ocupados, más el incremento de la productividad del trabajo.

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