Eso me parece es el nombre más adecuado para el modelo económico actual de Nicaragua: un sector primario –agricultura tradicional, minería- representando casi el 70% de las exportaciones mas alimentando con arroz y frijol a la ciudad, donde un sector terciario -comercio, servicios financieros, administrativos y personales- disfruta el casi 70% de las importaciones, sin aportar más que una gotita en servicios y bienes transables respectivamente exportables, ambos porcentajes según cifras oficiales.
Es el mismo modelo colonial solo vuelto a lo interno, que al final llevó no solamente a las colonias, sino también a España misma a la ruina: mientras España pagó sus importaciones con las exportaciones de las colonias, Nicaragua urbana paga con lo que se produce en Nicaragua rural. Nicaragua ha podido sostener ese modelo solamente por su abundancia en recursos naturales, esa expansión de la colonia está llegando a su fin, sino incluso hasta en nuestros días, dado que la frontera agrícola será la Costa del Mar Caribe, el Río Coco y el Río San Juan.
Aunque actualmente la migración rural a las ciudades y la emigración sirven aún de válvulas de escape, no hay certeza, que -una vez convertido hasta el último bosque en pasto, aunque solo temporal para el ganado- esas válvulas sean suficientes para absorber la presión que ahora tiene el empuje a la frontera agrícola que todavía funciona como alternativa. Hay ya una criminalidad creciente no registrada en las estadísticas, como reportan mis cuñadas y cuñados de Jinotepe, donde no se puede montar ni gallinero ni pocilga, ni sembrar maíz o verduras ni cuidar cítricos: todo se lo llevan las pandillas armadas ya antes de llegar al mercado. Ni Somoza ni el Gobierno Sandinista en los 80 pudieron imponer exitosamente el concepto de que el campo sostenga a la ciudad, aún recurriendo a la fuerza brutal, dando así origen primero a las columnas rurales de la revolución y después a las de la contra-revolución.
Al panorama interno sombrío hay que sumar un panorama externo nada adelantador: Nicaragua exporta commodities, un término ingles para caracterizar productos estandarizados a precios estandarizados. En esa clase de productos, el lado de la demanda define los volúmenes y los precios casi en forma absoluta. Solo aquellos -como el cartel OPEC - Transnacionales del Petróleo-, quienes representan un porcentaje importante en el volumen, tienen limitada capacidad de incidencia, mientras Nicaragua, cuya participación no llega ni a milésimas, tiene que aceptar volúmenes y precios tal cual como se lo presentan, y no puede hacer absolutamente nada más allá que acomodarse, ocasiones de negocios políticos como con Rusia o Venezuela puestas a parte.
En la parte manufacturera, igual Nicaragua exporta productos estándar a precios estándar, o sea productos, que puedan producirse en cualquier parte del mundo donde haya mano de obra barata disponible. Según un artículo publicado por el END los economistas chinos proyectan el fin de su abundancia en mano de obra barata a más cercano dentro de 10 años, y ya comienzan a tomar auge Bangladesh y Vietnam con casi 160 Millones y 87 Millones respectivamente, o sea la oferta laboral de Nicaragua de nuevo se mide en milésimas y Nicaragua tendrá que aceptar las condiciones tal cual como se las presenten, sin poder hacer absolutamente nada para mejorarlas.
Como agravante, Nicaragua no puede tampoco industrializarse en el sentido clásico, es decir ampliar la productividad de la mano de obra usando máquinas. Aún con todos los proyectos de energía renovable implementados, los costos por kilovatio/hora de energía eléctrica ya de los proveedores -de DISNORTE/DISSUR ni hablar- resultan al doble de los de China y al triple hasta cuádruple de los países industrializados del Unión Europea: mientras la misma energía eólica allá en los EE.UU. y la Unión Europea recibe altos subsidios directos o indirectos, en el mercado energético nicaragüense resultó la más barata después de la energía hidroeléctrica. En resumen, pura mecanización no será una opción viable, ni para el agro, ni para la industria.
Hay entonces dos tareas a enfrentar: primero hay que transformar Nicaragua urbana, a que deje de ser un vampiro-parasito que se nutre del campo, a algo que produzca bienes y servicios transables respectivamente exportables equivalente al menos a lo que disfrute en importaciones, y por segundo hay que transformar Nicaragua rural a que deje de producir commodities sin origen para producir productos de marca para mercados nichos.
Sin la intención de recomendar Costa Rica como modelo –porque no sirve para esto por una serie de razones-, no obstante ese país dejó sentando que si se puede transformar la economía de un país en apenas 2 décadas, siendo un país pequeño en la misma zona geográfica y compartiendo con Nicaragua 300 años de historia colonial. Hoy Costa Rica exporta -sin incluir la maquila como INTEL- productos y servicios tecnológicos por más que mil millones de dólares, el aporte nuevo de la ciudad, y productos del agro no-tradicionales por otros mil millones de dólares, un aporte nuevo del campo, ambos no existían hace 20 años.
Ciertamente las exportaciones tecnológicas se basan en más décadas de desarrollo en educación, y por tanto no pueden imitarse, pero hay alternativas como la manufactura “de lujo” o “de marca” basadas en las riquezas naturales propias de Nicaragua. Llama la atención que casi el 100% de mano de obra que sostiene al agro no-tradicional tico es emigrada nicaragüense, usan mucho menos territorio –que en gran parte fue nicaragüense hasta el siglo XX- que la extensiva ganadería nicaragüense pero exportan el triple, siempre comparándolo con la ganadería.
Cabe entonces la pregunta ¿porqué Costa Rica si pudo y Nicaragua no podrá? donde no basta señalar culpables en el pasado, sino hay que proponer qué se pueda y deba hacer mejor. Algunas propuestas habrá en la próxima columna.
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