¿Qué comparten el Doctor de Jurisprudencia Rafael Solís y ''Juan'' el pandillero a su lado? La misma visión arcaica del mundo como un espacio repartido en tucos de poder, donde cada quién manda como le parezca en su tuco, sin prejuicio de cadenas de mando entre el pandillero de las llanuras o el juez local y un pandillero mayor o un magistrado de la Corte Suprema. Como comparten la misma visión, no debe sorprender, que se unan en acción: uno entiende al otro.
Sin embargo, esa visión de la sociedad estructurada por áreas, cada una con su pirámide del menos al más poderoso, no solamente comparten don Rafael, el ex-magistrado, y ''Juan'' el pandillero, sino también Arnoldo Alemán y Wilfredo Navarro, para los cuales según sus declaraciones poder equivale a ocupar o no ocupar ciertos cargos públicos, o René Herrera, para lo cual la política es solo el mismo juego entre personas, tal como fue descrito por Maquiavelo, autor del siglo XV y contemporáneo de la conquista española.
En esa visión la mera asignación de un cargo público toma tanta importancia, pues todo el mundo tácitamente presupone que, antes que la ley son las personas al mando, quienes impongan las reglas del juego, tal que -por ejemplo- los empleados públicos del CSE obedezcan primero las ordenes de sus superiores, aunque sepan que ese cumplimiento vaya contra la ley expresa.
A la inversa, se acepta tranquilamente las violaciones de la ley por subordinados -solamente cumplieron órdenes superiores- aún cuando el código penal no lo admite como exculpatorio: por ejemplo nadie ha acusado formalmente a los centenares de colaboradores del fraude electoral como tampoco hay acusaciones formales contra los pandilleros políticos, aunque se los conoce ambos por nombre y apellido.
Si las convicciones de los políticos se opusieran por completo al sentir de sus electores, ellos no hubieran tenido oportunidad de llegar a donde llegaron. Me temo entonces, que muchos nicaragüenses mayores compartan con ellos la visión de poder y política.
Hay indicios sobrantes, como el clamor persistente -tan viejo como la Politeia de Platón- que solamente los más idóneos deban ocupar cargos públicos, o el sueño, que bastaría tomar el poder por las armas para encaminar a Nicaragua por el bien, como el lamento después sobre la corrupción ética de los revolucionarios, cuando el sueño se convirtió en pesadilla.
No obstante la organización arcaica de la esfera pública en base de dependencias personales choca con las exigencias de una economía del mercado, puesto que esa necesita que los contratos se cumpla independientemente quién esté al cargo y que las leyes se aplique tal como fueron redactadas, independientemente quién sea el juez.
La expansión mundial del comercio ya a finales del siglo XVII así como la incipiente industrialización en forma de manufacturas del siglo XVIII plantearon que debería ser posible “hacer negocios” con cierta seguridad entre personas, que no se conocían de antemano en lugares distantes, raras veces bajo el control del mismo cacique local.
Es así que en Inglaterra y Holanda, Francia, Austria y Prusia nace el concepto del Estado de Derecho, donde la ley y sus procedimientos brindan la necesaria seguridad tanto para el trato entre particulares como en la relación con el poder público, que además se compromete a velar por el cumplimiento de la ley, renunciando a la vez a intervenciones arbitrarias.
De esa forma la lucha por el poder se transformó ya hace rato: en lugar de pelar posiciones, se pelea la redacción de leyes, de convenios y de contratos; en lugar de distribuir espacios, se norma conductas aceptables, obviamente sancionando severamente el incumplimiento de lo acordado. El constitucionalismo -comenzado por la Revolución de las 13 Colonias, llevado al continente viejo por la Revolución Francesa- es el primer punto culminante de ese proceso.
La transición de regímenes basados en personas a estados constituidos en base a la ley no ha sido ni fácil ni rápido ni sin recaídas. No bastó nunca una transformación formal de lo público, sino las mismas sociedades -en las relaciones entre sus actores- han tenido que transformarse, dándose precisamente las recaídas más lamentables -como en Alemania, España e Italia- cuando partes sustanciales de ellas vivían aún en el pasado. Consta, que en América Latina también sobran los ejemplos, y Nicaragua es solamente uno.
Ahora bien, Nicaragua lleva -desde de la aprobación de la constitución del 1987- 23 años de un camino nada fácil para transformarse en un estado a las alturas del siglo XXI. Más que el 50% de las y los Nicaragüenses nació y creció en estos años, insatisfechos por lo logrado por supuesto, pero confiando que al fin Nicaragua también esté encontrando su camino. Nosotros -los padres- no debemos ni podemos permitir que unos trogloditas -con o sin título académico- nos regresan a los tiempos de la conquista.
1 comentario:
Para complementar: Esa visión arcaica del mundo, y del poder en particular, es un eje transversal en la sociedad nicaraguense.
Desde las universidades -rectores, decanos, sindicatos y docentes-, pasando por ONG, Empresa Privada, Consultorías, etc, etc. Cada quien desde su finca.
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