Leí el libro de Eduardo Galeano años antes de venir a Nicaragua. Es la triste historia como las riquezas de América Latina sirvieron para enriquecer a muchos, salvo a los países mismos de América Latina y sus pueblos. Pero no es solamente la historia de potencias externas enriqueciéndose, sino también la historia de una alianza tripartita interna -entre comerciantes, productores de materias primas y políticos respectivamente administradores de la cosa pública- a la cual, tanto de causa como en efecto de la independencia, se unen los financieros externos e internos.
Al fin es la historia de ciudades, cuyo esplendor y extensión se basó con mucho éxito en el transito de riquezas entrantes y salientes, mas sin embargo no en la producción de riquezas, tal que hasta muy a medianos del siglo XIX muchas ciudades del norte de América, de los EE.UU. y Canadá lucían frugales y modestas comparadas con las ciudades coloniales principales de América Latina.
Aunque Galeano apunta a veces en esa dirección, él no cae en simplificaciones burdas, como si se tratase en primer instancia -entre interno y externo- de una confabulación entre despiadados explotadores externos -las potencias económicas coloniales y poscoloniales- y sus inescrupulosos colabores internos -los literalmente vende-patria-, sino que ahí se confabularon a la vez la lógica económica y el retraso tecnológico relativo, tal que la mayor taza de retorno a corto plazo se obtuviera y se siga obteniendo precisamente al exportar materias primas e importar bienes manufacturados.
Esa confabulación objetiva no ha cesado, ni a nuestros días, solo que los bienes de consumo ahora nos vienen del sureste de Asia como resultado de la globalización del capitalismo neo-liberal. En esa nueva división global, los anteriores productores de bienes -de ejemplo Apple, Dell, General Electric, HP, IBM, Nokia, Sony, Westinghouse y muchísimos otros- se convirtieron en comerciantes solamente de productos hechos en Bangladesh, China, Filipinas, la India, Malasia, Tailandia, Taiwán, Vietnam etc.. La globalización no implicó en todos lados lo mismo, sino que sus efectos han sido muy diferenciados: industrialización en Asia, des-industrialización en los EE.UU. y Gran Bretaña, re-auge de la producción de materias primas en gran partes de América Latina y África.
Igual han sido muy diferenciados los efectos sobre las oportunidades de empleo. Donde la globalización empuja la manufactura y la industrialización, se ha creado literalmente centenares de millones de nuevas oportunidades, aún mal pagadas al inicio pero mejor pagadas que las que hubo antes en el campo, a tal grado que en ciertas partes de China se comienza a sentir escasez de mano de obra, dándole un empujón hacia arriba a los salarios.
No así -con pocas excepciones- en América Latina, mucho menos en Nicaragua, donde ni la reciente expansión en la producción y exportación de materias primas nos llevó a un mejor, más amplio aprovechamiento de la creciente -y a pesar de todo mejor calificada- mano de obra juvenil, ni hay tampoco perspectivas algunas que una economía de materias primas tendrá capacidad para absorberla, nunca. Hoy expresado en producción por persona empleada, tenemos como muestra un estudio de Adolfo Acevedo una productividad más baja que en 1990. Entonces hemos comenzando a exportar esa misma mano de obra juvenil, forzándola a la emigración.
En resumen, Nicaragua se quedó en la situación como descrita por Galeano, empeorada de cierta forma por el hecho que Asia supo ocupar un espacio nuevo, pero no así América Latina, mucho menos Nicaragua. Eso no lo cambian los datos del reciente auge en las exportaciones; es más bien un otro ciclo espejero entre los tantos descritos ya con magisterio por Galeano.
Cuando me comprometí con Nicaragua en Febrero del 1984, me comprometí con un proyecto que al menos en bosquejo apuntaba a romper las cadenas de la dependencia tecnológica y del subdesarrollo productivo. Mi aporte inicial era Computación como tecnología del futuro en el marco de una nueva Universidad -la Universidad Nacional de Ingeniería- orientada a la producción, y ha sido mi compromiso sostenido durante ahora más que 25 años consecutivos, sin muchos resultados visibles como admito.
Sin embargo el proyecto de romper las cadenas tecnológicas desde rato dejó de existir. En su lugar se re-estableció la misma alianza tripartita entre comerciantes, productores de materias primas, y políticos con concurrencia de financieros internos y externos, celebrando su última victoria en la reciente reunión en la ex-casa presidencial; pues el COSEP en su abrumadora mayoría representa precisamente a Comerciantes y Productores de Materias Primas; a los ahí presentes capitales externos les interesa su negocio rentable en Nicaragua, no su desarrollo productivo mucho menos tecnológico, dado que la pura importación de tecnología equivale a la importación de espejos y perlas de vidrio. El estado-dentro-del-estado llamado “Grupo Pellas” con quizás parcialmente otra lógica no cambia ese panorama global desolador.
Todo el debate sobre desarrollo se ha vuelto un debate exclusivo sobre el desarrollo rural, afirmando así en lugar de romper la existencia parasitaria de las ciudades como mero lugar del transito. Ante esa recaída al circulo vicioso tan virtuosamente descrito por Galeano, insisto en lo que ya una vez se sabia: Nicaragua necesita con urgencia un Plan de Desarrollo Urbano, que les asigna a las ciudades una función productiva más allá de la mera función de tránsito, un plan que apunta al aprovechamiento productivo de centenares de miles de jóvenes, cuyas únicas alternativas sin él se reducen a emigrar o a formar pandillas.
En ese contexto las Zonas Francas actuales no son una solución ni a medio plazo, pues no tienen hacia donde madurar en términos tecnológicos, puesto que ese espacio ya está ocupado por los países asiáticos, los que a la vez desde ya ponen un tope de miseria a los salarios. Ese tope de miseria se traduce directamente en miseria rural, pues pone un tope igual miserable a los precios internos de alimentos –vaya el debate sobre los precios del frijol, de la tortilla, del arroz y de la leche-, donde Nicaragua no tiene ningún problema de producción sino un problema precisamente de poder adquisitivo de las masas urbanas.
Tampoco sirve una referencia genérica a agro-industrias en base de productos genéricos del campo. La venta de la marca “Café Soluble” al multinacional Nestlé subraya de nuevo, que la Nicaragua chiquita simplemente no reúna la escala para competir en mercados de productos genéricos de consumo, como cafés, chocolates, carnes, dulces o productos lácteos. La comparación del tamaño de mercados étnicos cautivos en el exterior entre Salvadoreños y Nicaragüenses inclina el balance en favor del frijol y del queso producido en Nicaragua pero empacados y exportados como producto de El Salvador.
Dicho de otra forma -exceptuando Flor de Caña, que tardío medio siglo para establecerse como marca- la agro-producción de Nicaragua tal cual cómo es ahora no sirve ni servirá como base de agro-industrias. En lugar de preguntarnos con cuáles agro-industrias podamos sacar mejor provecho del ese agro retrasado, pienso que debamos invertir la pregunta: a cuales mercados nicho de bienes manufacturados, que se compra por su calidad o su marca, pueda apuntar Nicaragua y partiendo de ahí reorientar al agro para producir las materias primas necesarias para fabricar estos bienes. Productos tropicales orgánicos-biológicos podrían ser un nicho posible, extendiéndose -siempre sobre la misma línea de calidad y exclusividad- a productos de cerámica, cuero, madera, textil hasta plata y oro.
Opciones hay … lo que al parecer aún no hay, dada la preeminencia de la alianza tripartita nefasta en sus consecuencias, es la voluntad firme de explorar y encaminarlas.