Obviamente no me refiero al Capitalismo neoliberal salvaje, tan criticado por su Santidad el Papa Juan Pablo II., tal como se lo introdujo en Nicaragua como parte esencial del Consenso de Washington ya en 1994 para beatificarlo después por la Reforma Tributaria del Gobierno Ortega-Murillo en Diciembre del 2009, sino que me refiero a la urgente necesidad de frenar e invertir el proceso de descapitalización del país, proceso que quizás ya se inició con el terremoto del 1972 para transformarse en avalancha en la década de los 80, derrumbándose la capacidad productiva del país en forma única para toda América Latina, sin que después –precisamente debido al Consenso de Washington- se hubiese dado un proceso de reconstrucción y de recapitalización sistemática.
Cualquier emprendimiento productivo -sea una fabrica grande, una cooperativa de artesanos o un pequeño agro-productor- se basa en dos componentes esenciales: primero su patrimonio productivo, entendiéndose como los elementos desde tierras y edificios, pasando por maquinas y equipos para llegar por último pero no menos importante al patrimonio intangible, desde los conocimientos aprendidos y la experiencia adquirida hasta las relaciones buenas o malas con proveedores, clientes, entidades financieras e instancias públicas; segundo para producir se necesita insumos, desde muy específicos como semillas y fertilizantes, o madera, tornillos, pegamento y pintura, o telas, hilos, botones y zipper, hasta insumos genéricos como agua y energía sin olvidar el trabajo mismo.
Se entiende fácilmente que lo mejor el patrimonio productivo, así mejor la productividad, es decir con un mejor patrimonio se produce más y en lo general de mejor calidad usando la misma cantidad de insumos. De ejemplo un técnico usando una pala mecánica equipada con GPS y control LASER produce más metros lineales de zanja en menor tiempo con mayor precisión que un grupo aún numeroso de obreros equipados solamente con palas y picos, donde obviamente un obrero que no terminó ni tercer grado, ni quiera sabrá como alinear y programar al inicio la pala mecánica ni lo aprenderá en unos pocos días. Similar, una cosera trabajando solo con aguja y hilo o tal vez solo una maquina mecánica de coser no va a producir la misma cantidad de pantalones de la misma calidad en el mismo tiempo como su colega, que trabaja con una maquina eléctrica de coser con control electrónico, ni hablar del robot de coser, donde solamente se lo alimenta con las partes para retirar el pantalón ya hecho por completo.
Dicho eso, se entiende a la vez que le pasó a Nicaragua: a pesar de que hoy hay más nicaragüenses y, a pesar de todas las deficiencias del sistema educativo, mejor educados, a penas hace 5 años llegamos de nuevo a un nivel de producción como lo había ya en 1977, pero entre ahora más que el doble de la población, o sea somos más pero per cápita producimos mucho menos. Peor el declive no se acabó en 1990 sino expresado en productividad laboral o por persona trabajando, tenemos hoy una productividad aun más baja que en 1990. La razón: perdimos patrimonio productivo durante todos estos 39 años, y no solamente patrimonio tangible sino por la emigración masiva y por el des-engranaje social también intangible.
Acumular patrimonio productivo cuesta, y cuesta capital. Para acercarnos a cuanto nos haga falta, podemos usar dos datos: por un lado la experiencia del recién cerrado Programa del Reto de Milenio. En ese programa se creó nuevos emprendimientos de diferentes tipos, niveles y orientaciones, desde cooperativas para la ganadería hasta conglomerados de artesanos en madera. Dependiendo de la rama, se invirtió entre 1,500 a 2,500 $US como costo específico por puesto de trabajo en la creación de patrimonio productivo. A veces no eran emprendimientos completamente nuevos, sino que se capitalizó ya existentes para llegar a niveles de productividad competitivos.
Por el otro, FUNIDES lanzó el reto de generar durante los próximos 5 años 100,000 empleos productivos al año, en total 500,000. Esas cifras no vienen de la nada sino que corresponden por un lado más o menos a la cantidad de jóvenes que año tras año entrarán al mercado laboral y por el otro es la cantidad promedia de hombres y mujeres que Nicaragua ha obligado a emigrar año tras año desde 1995 a la fecha. 100,000 es a la vez mas o menos el total, total de todas y todos que hoy trabajan en Zonas Francas, tal que el reto planteado consista en crear durante 5 años cada año el equivalente a todas las Zonas Francas ya existentes.
Entonces solamente para ubicar a los que entrarán al mercado laboral, respectivamente no mandarlos también afuera, Nicaragua necesitaría invertir 2,000 x 100,000 = 200,000,000 US$ o en palabras 200 millones de dólares cada año solo en patrimonio productivo, en suma mil millones dólares en inversión para patrimonio productivo específico, pues el programa mencionado tampoco contabilizó como costo específico la inversión en carreteras de acceso ni la inversión en agua y alcantarillado sino las financió por otros rubros, de las inversiones fuera del programa en generación y distribución de energía ni hablar. La suma de mil millones tampoco incluye el financiamiento o el crédito revolvente, que se necesitará para financiar los insumos para los nuevos emprendimientos.
Hay algo claro de ataño: la cooperación externa no nos va a poner ese mil millones de dólares. Sin embargo, ni la Gran Bretaña de inicios del siglo XIX, ni la Alemania o los EE.UU. a finales del mismo siglo contaron con cooperantes, o con un Banco Mundial o con un BID para iniciar su acumulación de sus patrimonios productivos. En su ausencia no hubo otra que crear los instrumentos propios para la inversión productiva, comenzando con las sociedades basadas en acciones mas instrumentos más sofisticados como los letra-bonos convertibles, las acciones preferenciales o los socios de capital, todos instrumentos para crear patrimonio productivo, convirtiéndose los inversionistas en copropietarios de este patrimonio en lugar de ser simples rentistas cobrando interés sobre capital prestado.
Ahora bien, los respectivos gobiernos no se confiaron lanzando campañas de concientización con la finalidad que los ingles invirtieran por amor a la patria en Gran Bretaña, o los alemanes en Alemania, o los estadounidenses en los EE.UU, sino que se crearon los instrumentos legales, fiscales e impositivos para hacer la inversión productiva más atractiva que el simple crédito, exactamente lo opuesto a lo que hizo el Gobierno Ortega-Murillo con la reforma tributaria del 2009.
¡Ojo! consta en las actas del House of Commons, del Reichstag y del Congreso que hubo resistencia contra ese tipo de legislación favoreciendo la inversión productiva hasta castigando al crédito simple o al recurso ocioso, en particular por lado de los latifundistas, de los comerciantes establecidos, de uno u otro rico chiquito sin vocación empresarial y por ende de más que un banquero, que todos preferían la ganancia y la recuperación rápida sobre la inversión a plazos de 10, 20, 30 y hasta más años. Igual costó a asimilar ese nuevo tipo de propiedad -un pedazo de papel documentando la participación en patrimonio productivo-, cuando todo el mundo conocía de prima a primera solamente tierras, edificios y cuando mucho maquinas, animales y productos acabados como garantías tangibles. Sin embargo al final logró a imponerse el Capitalismo productivo, no obstante sus modificaciones y recaídas al Capitalismo rentista salvaje una y otra vez después. Hasta Lenin y los lideres chinos de hoy saben que para desarrollar su respectivo país no hay otro camino salvo la inversión en patrimonio productivo.
¿No podemos apropiarnos hoy, en el siglo XXI, de instrumentos legales, fiscales e impositivos, que otros supieron usar con éxito ya en el siglo XIX, desde empresas hasta cooperativas? ¿O sea que en Nicaragua preferimos dejar el país tal cual cómo, por hacerles caso a unos pocos rentistas con mentalidad del siglo XVIII y su afán de acumular a corto plazo riquezas personales en lugar de invertir a largo plazo en la prosperidad de la nación entera?
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