La construcción de una “Cultura de duelo y memoria” para Nicaragua partiría del reconocimiento que la Guerra de los 80 fue después de la conquista la mayor catástrofe humana en la historia de Nicaragua como país.
En su componente “duelo” se reconocería el daño que se hizo a decenas de miles de familias, los traumas primarios y secundarios causados, y que el daño y sus secuelas no solo afectan a las familias por aisladas sino al engranaje social en su totalidad en que siempre aunque fuera solamente en el subconsciente hay muertos y sus historias en medio. El reconocimiento comienza terminando con la ficción que a los “muertos de guerra” se pudiese subsumir en la misma categoría como los muertos de cualquier otro acontecimiento natural –la guerra la hacen humanos, no la naturaleza- y qué por el otro lado se pudiese compartimentar o solo privatizar el duelo. Aunque cada familia afectada encuentre su forma de memoria dolorosa, una comunidad, un pueblo, una ciudad, un país que se niega a aceptar y recordar su propia historia como dolorosa no tiene fundamento sobre cual construir su futuro, dado que aún el silencio público más prolongado no hace desaparecer las narrativas dentro de cada familia.
En su componente “memoria” se intentaría a investigar, reconstruir y documentar qué pasó cuándo y dónde entre cuáles actores afectando a quiénes. Esto tanto a nivel individual –hasta hoy día hay miles de familias que no saben dónde y en cuáles circunstancias pereció se deudo-, a nivel de comunidades y pueblos –pues en las “zonas de guerra” la misma afectó, deshizo o reubicó a comunidades enteras, dejando lastimado el engranaje social local hasta hoy día-, y por ende al nivel del país entero e instituciones con cobertura nacional como ejército, policía y “contra” en el área de combatientes, en cuanto a sus estructuras de toma de decisiones y de mando, eso es quién en cada nivel fue responsable de cuál decisión.
Se trata de duelo y memoria, no de justicia y condena o absolución. No hay cómo “ganar la guerra” en forma retroactiva, eso es obligar al otro a aceptar o denegar la validez de supuestos motivos u objetivos del uno o del otro de aquel entonces después de los hechos mismos. Para esto hay que tomar nota, que los marcos de valoración para motivos y objetivos no son nada estáticos sino que cambien en el transcurso de la historia. Lo que hoy aparece como aceptable o inaceptable, a veces no lo fue hace décadas atrás ni lo será en tiempos venideros tal que –a fondo- cada época reafirma su propio marco actual de valores al valorar el pasado. Pero lo puede hacer solo si antes lo ha reconocido como “su” pasado.
La segunda componente ganaría con el esfuerzo académico sostenido y de calidad profesional, la primera si contaría con el apoyo institucional en todos los niveles de instituciones que se dedique según su propia definición de su misión al “ser humano en la comunidad espiritual”, como iglesias denominaciones religiosas u otros similares.
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