En vista de cambios fundamentales ineludibles –agotamiento de tierras y cambio climático, disolución de la economía familiar tradicional y transición demográfica- Nicaragua requeriría a corto plazo –menos que 15 años- de cambios estructurales profundos en la economía privada y en la esfera pública solo para mantener los niveles actuales de vida y su confiabilidad, de mejorarlos ni hablar.
Hay que añadir que tal cual como ahora, la suerte de Nicaragua depende totalmente del desarrollo coyuntural de las macro-economías de China, los Estados Unidos y de la Unión Europea como factores externos sobre los cuales Nicaragua no tiene incidencia ninguna pero donde tampoco vislumbra el retorno de tasas de crecimiento económico como las hubo hace 10, 20 años atrás.
En pocas palabras perspectivas nada halagadoras para generar optimismo.
Por el otro lado las élites rectoras del país –gobernantes, opositores, independientes- se han resignado a su propia incapacidad e incompetencia de idear y efectuar cambios estructurales profundos y apuestan en grado variado a que la “salvación” de Nicaragua venga de afuera, retomando un patrón de comportamiento histórico ya por más que un siglo, solo que las condiciones ya no son mucho menos serán como hace un siglo dado que los espacios para un crecimiento vegetativo simplemente expandiendo lo que se ha venido haciendo están desapareciendo.
En lugar por tanto de tomar conciencia de los cambios fundamentales ineludibles mencionados y de desarrollar respuestas a los desafíos planteados por ellos, andan peleándose a quién culpar respectivamente debatiendo con cuáles parches y medidas "de emergencia" se pueda compensar estos cambios seculares.
El derrumbe de lo viejo sin perspectivas para algo nuevo ha creado las condiciones para la imitación de esquemas corporatistas-fascistas de la organización de economía, estado y sociedad. Sin embargo aún ésta imitación es patética: no existen ni un supuesto pasado glorioso ni tampoco los recursos y capacidades productivas nacionales, a los que el fascismo histórico pudo recurrir para asentar y desarrollarse.
Por tanto Ortega-Murillo tampoco han logrado a alcanzar niveles históricos de movilización y dinamismo sino que se quedaron en contención y control para preservar una estabilidad económica-social-política sumamente frágil.
No obstante vale la advertencia que en ausencia de alternativas reales –esto serían propuestas elaboradas y convincentes de cambios estructurales profundos para responder a los cambios seculares ineludibles- un colapso del régimen Ortega-Murillo no dejaría a Nicaragua en condiciones mejores sino que con alta probabilidad aún más cerca a estados fallidos como Haití. Precisamente este temor justificado se refleja tanto en las encuestas de opinión como en la cautela en hablar y actuar de muchos “críticos” del régimen, el dilema enunciado al inicio.