Cuando más o menos por el año 1520 un poco más que un centenar de españoles había terminado la conquista de la parte pacifica y central del territorio, que hoy conocemos como Nicaragua, impusieron en forma de organización social y tipo de productos la agricultura tal como la conocieron de las tierras cálidas pero en lo general secas de Alta Castilla y Extremadura. Fue este cambio más que cualquier otra acción o medida que redujo en menos que 30 años la población indígena de más que medio millón a menos que 10,000, tal como lo documentó hace algunos años el historiador Patrick Warner en base de un minucioso análisis de los informes en el Archivo de las Indias sobre parroquias, feligresía y el décimo entregado, tanto en volumen como en composición. Tal fue el descalabro, que le sirvió a Bartolomé de las Casas como ejemplo principal para sustentar su demanda por una nueva legislación para las colonias. Nicaragua tardó más que 400 años para recuperarse, pues aún en el censo de julio del año 1906 se contabilizaron solamente 501,849 habitantes. Y el trauma sigue presente en la memoria colectiva.
Del siglo XIX por acá hubo primero el despale de la zona pacífica, la destrucción de los pinares del Atlántico norte más la destrucción de las tierras para extraer el aceite de los raíces de arboles ya antes cortados, el desplazamiento de la producción de granos a las laderas de la zona central -hoy completamente despalados-, la “colonización” de Nueva Guinea -hoy con más que 80 mil habitantes uno de los municipios grandes del país, hace 60 años pura selva tropical virgen-, la expansión de la ganadería en Boaco y Chontales y después, usando como punto de partida las viejas bases militares, en las zonas limítrofes de las regiones autónomas con un empujón proporcionado por la desmovilización de Contra y Ejercito, cuando se entregó masivamente títulos por carecer de otros estímulos económicos pero sin tener la capacidad para una agricultura moderna intensiva. Todo este proceso andaba acompañado por la desertificación de las respectivas áreas y su contaminación con herbicidas y pesticidas. Los efectos redujeron dramáticamente los niveles de ríos como del Río Coco y del Río ya no tan grande de Matagalpa, secaron centenares de riachuelos y quebradas y redujeron los afluentes regulares de Xolotlan y Cocibolca, incrementando a la vez el peligro de inundaciones subidas por falta de capacidad de retención de las tierras desnudas.
Aún cuando sobran experiencias propias de lo destructivo de la mera expansión de la agricultura en granos y ganadería extensiva, al parecer todo el mundo apuesta a la auto-destrucción del país por medio de la agricultura extensiva como modelo de desarrollo. Que otra explicación hay para la constante demanda -y la subsiguiente promesa- de mejorar y expandir las vías de acceso rural, cuando se sabe -tanto de experiencia en Nicaragua misma como en Amazonia- que tal expansión y tales mejoras solo empujan la frontera agrícola del tumbar-rozar-quemar, ocupando después la ganadería extensiva los mismos territorios para su remate. Cómo se piensa empujar la ganadería de doble propósito solo construyendo mataderos y centros de acopio, mientras se sabe al mismo tiempo que los niveles de productividad y reproducción de Nicaragua no llegan ni al 50% de Costa Rica, a no ser que se piensa en tumbar aún más selva, siendo Bosawás solamente la cima de un tempano mucho más grande. ¿Sea que todos piensen como los arroceros industriales de riego del Atlántico? Cuando mi hijo, contratado como Ingeniero en Agro-producción, los hizo saber que por sus métodos deficientes de riego sin drenaje adecuado iban a quemar la tierra en menos que 4 años, le contestaron que no había que preocuparse tanto, pues podrían simplemente moverse por unos 10, 20 kilómetros y ya había otra tierra nueva de sobra.
Lo fatal: el consenso nacional e internacional hacia la destrucción como modelo de desarrollo, pues programas alternos centrados en las ciudades y los municipios para crear ahí alternativas productivas fuera del agro casi no hay. Lo poco que hay es más fruto de los vaivenes de la maquilla internacional que resultado de una política industrial nacional. Los programas de éste gobierno -como de los anteriores- apuntan a expandir la agricultura tradicional de inicios del siglo XX -café, granos, ganadería- en lugar de -al menos- promover formas alternas de frutales, horticultura y silvicultura. Faltan cambios de modelos de producción y tecnología, antes de crear solamente cadenas de acopio y mercado. Del modelo “Hambre Zero” como apoteosis de la economía de la subsistencia ni hablar. En lugar de promover la industrialización nacional de la madera, se promueve desde adentro y afuera, desde arriba y abajo, solamente la extracción y el procesamiento menos que artesanal en muchas ocasiones. En fin para salvar al país se debe re-concentrar a la población promoviendo activamente la migración hacia la ciudad y no dispersarla cada día más.
¡Ojo! El eco-colapso de Nicaragua entre 1520 y 1548 redujo la población a menos del 10% en menos que 30 años. ¿se quiere repetir la misma experiencia, 500 años más tarde? Si Nicaragua colapsa entre 2020 y 2048 como colapsó entre 1520 a 1548, será hasta en el año 2420 que habrá otra vez 6 Millones habitando éstas tierras. Sin cambio del rumbo de 490 años ya como país -no solamente como gobierno- Nicaragua colapsará.